Opinión de Jorge Fuentes. Embajador de España.
'Marruecos, el amable vecino del Sur’. El slogan es muy simpático pero la realidad dista de ser tan feliz. Lo cierto es que Marruecos y el Reino Unido son los dos países con los que tenemos las relaciones diplomáticas más complicadas debido a temas tan diversos como Gibraltar, Ceuta, Melilla, el Sáhara Occidental y las migraciones que, necesariamente, arrancan casi siempre del Magreb o deben cruzarlo.
Cuando el mundo entero estaba pendiente de espantosa invasión de Rusia sobre Ucrania que está cerca de cumplir un mes de horrores, he ahí que, de tapadillo, un poco como para que nadie se entere, España da un viraje de 180 grados en su política sobre el Sáhara.
Y no es que en España haya habido entretanto unas elecciones generales o un cambio de Gobierno; nada de eso. Tenemos al mismo Presidente que hace ocho meses acogió al líder Polisario Braham Gali, por razones humanitarias, sin consultarlo con Rabat y Argel, lo que trajo consigo la invasión de Ceuta por 5.000 adolescentes marroquíes, el corte del gasoducto que procedente de Argelia, cruza Marruecos y la llamada a consultas de la embajadora marroquí, Karima Benyaich que a día de hoy aún no se ha reincorporado a su puesto en Madrid.
No es necesario remontarse a los días infaustos de hace casi medio siglo cuando, Franco moribundo, se produjo la Marcha Verde y España se apeó, de forma poco brillante hay que reconocer, de aquel territorio saharaui del que éramos potencia administradora, dejándolo en manos de Nouakchot y principalmente de Rabat, de su población deseosa de independencia y sembrando el germen de la discordia en el norte de África hasta hoy.
España pensó tapar sus vergüenzas dejando la cuestión en manos de Naciones Unidas que desde entonces aprobaron hasta 74 resoluciones, la última de las cuales, adoptada en 1995, dejaba el futuro del Sahara pendiente de un referéndum que oportunamente vigilado decidiría el futuro del territorio.
Básicamente la opción sería de independencia con la creación de un Estado Saharaui independiente, con 266.000 Km2 y unos 600.000 habitantes, o con alguna fórmula autonómica dentro de Marruecos, que había ‘comprado’ los derechos del otro reclamante, Mauritania.
Hasta hace pocos días, España, durante casi medio siglo, ha respetado las tesis de la ONU, defendiendo la idea del referéndum, aunque lo hiciera muy discretamente para no molestar a Rabat al que el asunto le ponía de los nervios. Ya recordarán que hace un par de años, Pablo Iglesias sacó el tema a relucir enfriando adicionalmente las relaciones entre Madrid y Rabat.
Trump se inclinó de parte de Marruecos y en 2020 reconoció la marroquinidad del Sahara a cambio del reconocimiento de Israel por parte de Mohamed VI.
Algo parecido a lo que España acaba de hacer aceptando la tesis de la autonomía del Sahara dentro de un Estado marroquí, del que pasaría a ser su Provincia Meridional, algo así como nuestra Andalucía.
El acuerdo no carece de sentido y lógica, siempre que Rabat consiga calmar los anhelos independentistas del Frente Polisario y que Argelia acepte de buen grado la solución no interrumpiendo el funcionamiento de los dos gasoductos. Dos condiciones francamente difíciles de satisfacer. De momento el Polisario ha pedido a España que reconsidere su decisión y Argel ha llamado a consultas a su Embajador en Madrid.
Con ello hemos conseguido el bingo de encontrarnos aunque sea por pocos días sin relaciones diplomáticas normales con los dos principalísimos vecinos del Sur, Argelia y Marruecos. Por añadidura, el Gobierno español se encuentra cuestionado por la práctica totalidad de los partidos españoles, incluidos sus socios de Gobierno y sus asociados Frankenstein.
Porque no cabe duda que en la negociación con Rabat, España ha tenido que modular sus principios a cambio de un entendimiento con uno de los vecinos del Sur, que nos permitiera que por algún tiempo, esperemos que sea por mucho tiempo, no tuviéramos graves problemas en Ceuta, Melilla y con las migraciones masivas.
Pero, reconozcámoslo, por el momento la negociación ha sido, como poco, incompleta.