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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 14:41

Vender bombas

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Si para cualquier ciudadano de bien, el reciente asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi es un acto despreciable, para un diplomático este crimen resulta particularmente horrendo por poner en tela de juicio todo el esquema sobre el que se asientan las relaciones internacionales y la diplomacia: el respeto a las Embajadas y los Consulados, la aceptación de la extraterritorialidad de estas instituciones, la inviolabilidad de los funcionarios diplomáticos y consulares, sus privilegios e inmunidades.

Encontrándose en Turquía el periodista saudí señor Khashoggi colaborador en los últimos años del Washington Post, visitó el consulado de su país en Estambul, para resolver alguna documentación relacionada con su intención de contraer matrimonio con una ciudadana turca. El consulado le había tendido una trampa mortal: en lugar de atender su petición,  un grupo de miembros del Ministerio del Interior saudí se había desplazado a Turquía para acabar con aquel molesto periodista.

Khashoggi fue torturado, descuartizado y hecho desaparecer fingiendo a continuación su salida del consulado bajo la impostura de uno de sus asesinos disfrazado con sus ropas.

No cabe mayor horror ni mayor insulto a las bases mismas de la Diplomacia. En el futuro, cada vez que los ciudadanos visiten su Embajada o su Consulado le recorrerá una escalofriante inquietud recordando lo que le ocurrió al periodista saudí.

El crimen fue terrible. Pero no mayor que muchas otras ejecuciones llevadas a cabo en Arabia Saudita, un país totalitario con el que, sin embargo, España mantiene plenas y excelentes relaciones diplomáticas como las tiene con muchos otros países  igualmente totalitarios como China y algunos otros países árabes o hispanoamericanos.

Y sin embargo España y todas las democracias del mundo mantienen un comercio de armas muy intenso con todos los países que las demandan independientemente de sus credenciales democráticas. Y es que en el comercio mundial no hay ninguna cláusula que imponga restricciones en función del mayor o menor respeto  a los derechos humanos del país importador.

De hecho, algunos de los países más emblemáticos en cuanto a sus niveles democráticos, de neutralidad y respeto a los valores humanos -como son los países escandinavos y Suiza- son importantes exportadores de armas.

La cuestión ha saltado en estas fechas a las portadas a causa de la propuesta de la Canciller Merkel, de imponer en la Unión Europea la prohibición de exportar armas a Arabia Saudí  y de la duda surgida en el gobierno socialista de Sánchez, emparedado entre la presión de su socio ‘podemita’ partidario del bloqueo y los intereses de los astilleros andaluces temerosos de perder miles de puestos de trabajo si el contrato de las cinco fragatas para los saudíes se rompiera.

La señora Merkel sabrá por qué se ha destapado ahora con esta propuesta. Seguro que no tiene ningún importante contrato con Riad. España no va a estar en condiciones de romperlo y ello pese al horror que nos produjo el vil crimen de Khashoggi.

Si en el futuro la comunidad internacional se pusiera de acuerdo para adoptar una norma comercial  que limite los acuerdos con países no democráticos -dudo mucho que ello ocurra- se puede replantear la cuestión. Hoy por hoy, ni el PP, ni Ciudadanos ni siquiera el muy moralista PSOE, se arriesgarán a perder el sabroso contrato de las fragatas y el importante mercado saudí del que, junto con el Reino Unido, somos principales proveedores.

Me apuesto lo que quieran.