Jorge Fuentes. Embajador de España.
Desde que en 1975, Juan Carlos I recupera el trono, España se convierte, contra todo pronóstico, en un país democrático y próspero, situándose sin lugar a dudas entre las naciones más prestigiosas del mundo.
Tal transformación pudo realizarse gracias a la generación política que protagonizó la transición, hombres y mujeres de todos los signos políticos, imbuidos de unas convicciones tales como la asimilación de los errores del pasado, la visión de un determinado futuro, el sentido de Estado, el patriotismo, virtudes obvias y sin embargo difícilmente repetibles, que Don Juan Carlos supo orquestar magistral y armoniosamente.
Ese es el legado que el Rey Emérito dejará para la Historia, independientemente de algunos rasgos menores ya sea positivos -su simpatía, su campechanía- o negativos -sus aventuras sentimentales o financieras-, rasgos todos ellos que no suelen participar en la formación del juicio histórico de un Monarca que había protagonizado la vida de España durante cerca de medio siglo. No veo a Corina figurando en una Historia de España seria.
¿Quién recuerda anécdotas de esa naturaleza en la trayectoria de Carlos I el Emperador o Felipe II el Prudente, que expandieron las fronteras de España hasta límites globales? ¿O qué se recuerda de Carlos II salvo su hechizamiento, o de Carlos III que fue el mejor alcalde de España? Sin hablar de las debilidades de Carlos IV o de Fernando VII, quizá los peores Reyes de nuestra Historia.
No dudo que los 38 años del reinado de Juan Carlos I constituyen en conjunto, cuatro décadas de las mejores de los últimos quinientos años de España.
Bien es cierto que en sus años finales España empezaba a acusar algunas fragilidades económicas que dieron pie a la aparición de nuevas formaciones políticas40 que no solo desbarataron el escenario social del país sino que forzaron la transformación de otras formaciones de izquierda tales como el PSOE e incluso el Partido Comunista que tan atinadamente supieron entender las necesidades de España en el último cuarto del siglo XX.
Los comienzos del reinado de Juan Carlos I no fueron en absoluto fáciles. España venía marcada por el franquismo y pocos pensaban que el joven Monarca, elegido y educado por el Dictador, sería capaz de modificar aquella marca. El joven Rey hizo pruebas de gran perspicacia supo rodearse de personas como Suarez, Fernandez Miranda, Gonzalez, Aznar, Fraga, Carrillo entre otros.
Felipe VI accede al trono en momentos aparentemente más sencillos en que lo había hecho su padre; quizá en el fondo eran más complejos. En primer lugar, no existía ni en el país ni en la clase política, el espíritu que había animado a España en el momento de la transición. Y aun cuando en los primeros años pudo contar con dirigentes como Rajoy y Rubalcaba, relativamente pronto accedieron al gobierno facciones dispuestas a todo para derribar la institución monárquica e implantar la República, una institución de funestos recuerdos para nuestro país.
En la larga Historia de España, siempre hemos sido una Monarquía con la excepción de los dos paréntesis dictatoriales de Primo de Rivera y de Franco y las dos breves Repúblicas, la primera que vio desfilar cuatro presidentes en 11 meses y la segunda que nos condujo a la guerra civil ¿Quién puede querer seriamente recuperar ese legado republicano?
Por añadidura, Don Felipe va a tener que hacer frente a una nueva y profunda crisis económica que ya se preludiaba desde que accedió al poder el gobierno Frankenstein salido de la moción de censura, pero que la pandemia recrudeció hasta límites desconocidos al menos desde la Guerra Civil.
Felipe VI lo va a tener difícil y está muy solo ante la crisis. La familia Real ha quedado reducida a cinco personas, siendo la quinta la Reina Sofia, la persona que durante años había sido mejor valorada en nuestra Monarquía, ha quedado muy descolocada tras la marcha de Don Juan Carlos.
No cabe duda que Felipe VI es un gran Rey, el mejor preparado de nuestra Historia. Ha tomado buena nota de los aciertos y errores de su padre. Pero debe tener muy presente que aunque la ejemplaridad y la sobriedad son indispensables para mantenerse en el trono, ambas virtudes no serán suficientes para remontar los tiempos difíciles que se avecinan.