Jorge Fuentes. Embajador de España.
Después de semanas tan dramáticas, tomen un poco a broma lo que les voy a contar. Muchas veces les he hablado sobre el progresivo deterioro de nuestro magnífico idioma, el castellano, el español, cada vez más potente en el mundo y más débil en España. Aunque bien pensado, no estoy muy seguro de que la cuestión que voy a tratar hoy, entre en el campo de la filología y la lingüística o si, por el contrario se trata de un asunto de buenas formas, de corrección social.
Por enésima vez, el otro día accedí a unos grandes almacenes y al dirigirme a una joven dependienta, naturalmente tratándola de usted, me respondió tuteándome. Cuando insistí en mi usteo, me concedió la gracia de ofrecerme que la tratara de tu, cosa que decliné con lo que se dio la paradoja de que ella me tuteaba y yo la usteaba.
Llegué a la conclusión de que aquella dependienta veinteañera, simplemente no sabía declinar los verbos de la forma que requiere el usteo y que su conocimiento del español le alcanzaba solo hasta el tuteo.
Por favor no me tomen por un estirado o por un cursi. Lo que sí soy es lo bastante mayor como para haber sido educado en otra España, en otra forma de hablar y de tratar a mis conciudadanos a mis mayores y a mis iguales.
Tampoco crean que siento nostalgia de mis tiempos profesionales en que el tratamiento que se me otorgaba superaba con mucho lo que mi modestia demandaba.
España es el único país que conozco donde la mayoría de la gente ha perdido la sana costumbre de distinguir entre el tu y el usted y en que en unos pocos años se ha pasado al tuteo generalizado.
En Francia se utiliza el “vous” frente al “toi” y en los países eslavos rizan el rizo y utilizan –como por cierto también lo hacen nuestros vecinos los portugueses- la tercera persona, un poco a la manera como los mayordomos se dirigen a los señores en las novelas de Agatha Christie “¿El señor –o la señora- aceptaría tomar una copa mañana a las siete?”. Comparen con el lenguaje nacional “¿Te va una copa?”. En aquellos países, de aquel sofisticado tratamiento solo se apean de él después de meses o años de conocimiento y tras una pequeña ceremonia en que se decide mutuamente modificar la relación y pasar al tuteo.
Seguramente a muchos de ustedes les parecerá que la simplicidad a que hemos llegado en nuestro idioma tiene no pocas ventajas pero seguro que quienes hayan rebasado el medio siglo de vida comprenderán –como lo harán incluso los más jóvenes- que la modernización de una lengua no por fuerza debe conllevar su vulgarización y su destrucción.
Otra curiosidad: la mayor parte de los profesionales que frecuento, desde los médicos a los fontaneros, se dirigen a mi por mi nombre de pila, Jorge, un nombre que desde hace muchos decenios solo utilizaba mi mujer, mis familiares y algunos amigos íntimos. El colmo del intrusismo es cuando atiendo el teléfono y los vendedores de turno me interpelan con un “¿Jorge Antonio?” con acento sudamericano. Cuelgo sin responder.
Curiosamente, de los pocos que hoy mantienen las formas en España son los rumanos que seguramente han revisado sus libros de protocolo antes de venir a casa. Creo recordar que incluso uno de ellos se pasó y me llamó “Majestad”. ¡Tampoco es eso!