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jueves, 28 de noviembre de 2024 | Última actualización: 01:17

Rescate

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

El espeluznante espectáculo mostrado en estos días en las televisiones mundiales, en que un encapuchado yihadista degollaba al periodista norteamericano James Foley, en un paisaje desértico de Irak, nos pone ante el gravísimo problema del terrorismo. Los terroristas están convencidos de que sus procedimientos brutales son la única fórmula para frenar lo que ellos consideran aun más brutales intervenciones de los imperialistas occidentales. Intervenciones que a su vez se efectúan para intentar frenar los desmanes de regímenes dictatoriales de islamistas radicales.

¿Qué puede hacer el mundo civilizado ante el reto planteado por los terroristas? En el caso mencionado, los yihadistas pedían, a cambio de perdonar la vida de Foley, el cese inmediato de los bombardeos norteamericanos sobre el norte de Irak. Petición inaceptable que, en realidad, tenía al desgraciado periodista condenado de antemano.

Este caso nos emplaza frente a una difícil coyuntura moral y política ¿Qué hacer ante el chantaje criminal de gentes que exigen un rescate o el cumplimiento de una imposible exigencia a cambio de la liberación de uno o varios rehenes?

El dilema es espinoso. Ceder ante el chantaje criminal y doblegarse ante sus exigencias es lo que a veces nos pide el alma cuando se trata de salvar una o varias vidas humanas concretas que nos son mostradas con todo lujo de detalles y que pueden ser eliminadas de forma despiadada. Ello es aun más tentador cuando se trata de una petición de rescate económico a cambio de la vida de los rehenes. A fin de cuentas el dinero se puede reponer y no las vidas humanas.

España ha cedido casi siempre a los requerimientos de los terroristas y ello con gran disgusto de otros países de nuestro entorno inclinados a no ceder ante la presión criminal. El pago del rescate refuerza a los captores, vuelve rentable su negocio y debilita al país que paga que se volverá objetivo fácil para los grupos criminales.

España no cedió a las presiones de ETA en el caso de Miguel Ángel Blanco y la banda terrorista cumplió su amenaza. Nada les debilitó más en su larga carrera criminal. La muerte de Blanco marcó el principio del fin de ETA y glorificó para siempre la figura del joven político.

El crimen de Foley ha resultado particularmente trágico no solo porque la petición de los terroristas era de imposible aceptación sino también y sobre todo porque  Foley había claudicado ya ante el enemigo y murió cantando la canción que sus raptores le pedían: Obama y los Estados Unidos eran culpables de su muerte al haber desencadenado el bombardeo de Irak. No se me ocurren muchas formas más horribles de morir. Hacerlo a manos de un asesino anónimo, en medio de la nada, después de dos años de cautiverio y tras haber renegado de tu país y tus líderes.