Jorge Fuentes. Embajador de España.
Conocí a Rodrigo Rato en 1992, en la convención republicana que reeligió a George Bush (padre) como candidato a la presidencia de los EE.UU. que finalmente perdería a favor de Bill Clinton un año más tarde. Rato se había desplazado a Dallas (Texas) acompañado por Federico Trillo como representantes ambos del Partido Popular, entonces en la oposición y siendo ellos aun bastante desconocidos para la ciudadanía española. Por entonces era yo embajador adjunto en Washington y acudí también a Texas para informar sobre la convención y orientar a los jóvenes políticos españoles.
El PP aun tardaría cuatro largos años en acceder al poder y nadie sabía por entonces ni cuándo lo haría ni quién formaría parte del equipo de gobierno si algún día había alternancia en la Moncloa.
Recuerdo una conversación que tuve con Rato en el autobús que nos conducía hasta el lugar de la convención. Le pregunté a quienes veía como miembros del gabinete popular cuando se produjera su victoria. Rato, con discreción citó algunos nombres, entre ellos el de Trillo, todos los cuales fueron después componentes del primer gobierno de Aznar. Como es lógico, se abstuvo de citar su propio nombre aunque cuatro años después resultara ser el colaborador más importante del Presidente.
He recordado con frecuencia aquellos dos días tejanos. Lo hice cuando vi a Rato convertido en artífice del éxito del PP que logró reducir el 23% de paro dejado por González al 12%; también cuando se convirtió en delfín incuestionable de Aznar en el momento en que éste aseguró que no se presentaría a reelección al término de su segundo mandato.
También pensé en el encuentro de Dallas cuando finalmente fue Rajoy el elegido, cuando Rato accedió a la presidencia del FMI, cuando antes de finalizar su mandato renunció a tan codiciado puesto y cuando poco después entró en el turbulento mundo financiero español a través de la desacreditada Bankia y se benefició de las indecentes ‘cartas negras’.
El pasado jueves día 15 la policía fiscal registró la vivienda y los despachos de Rato quien fue detenido durante algunas horas acusado de fraude fiscal, blanqueo de dinero y alzamiento de bienes.
En esa tesitura los sentimientos se bifurcan. Imagino que gran parte del país celebrará haber visto al banquero, descorbatado, vencido, salir de su despacho rodeado de policías y ver como uno de ellos le sujetaba humillante e inútilmente la cabeza, como si se tratara de un ratero, para evitar que se autolesionara al entrar en el vehículo. Imagino que se frotarían las manos imaginándolo en la cárcel purgando sus delitos.
También pienso que muchos creerán que la caída de Rato, un hombre que fue mucho y que pudo haber sido todo para España no son buenas noticias y que la presunción de inocencia que a él y a todos se nos debe, se transformará en inocencia a secas. No sería justo que Rato pagara por toda la corrupción acumulada en la clase política española, ni siquiera por la amontonada en la derecha del país. Preferiría que no ocurriera así. Aunque temo que así será.