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miércoles, 19 de febrero de 2025 | Última actualización: 20:43

El sofá de Bertín

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José Antonio Rodríguez. Asesor Fiscal.

Dicen los que saben de esto de campañas electorales, que los grandes mítines en plazas de toros como la de Valencia han pasado a mejor vida, que en todo caso un cierre apoteósico y puede, como decía hace años un amigo de mi mujer "exaltación de la amistad y bailes regionales".

Los tiempos cambian y también el modo de enfocar las campañas. ¿Se han fijado ustedes en el pinganillo micrófono color carne que todos los políticos, todos usan, y que les queda fatal? Pues está de moda, lo cierto es que no sé por qué.

Todo lo contrario me ocurre cuando los políticos quieren mostrar su faceta más personal, más  normal, menos institucional, en entornos donde los vemos como gente muy corriente, de la calle; fuera del congreso en donde se enzarzan en discusiones y diatribas dialécticas en las que no importa para nada el fondo, sino  quien tiene la lengua más afilada y las respuestas más ingeniosas.

Digo esto porque  ver a Soraya subida en globo, donde con la intensidad y sinceridad de alguien que se cree lo que está haciendo, porque si no a buenas horas a los diez días de haber dado a luz se incorpora al trabajo, va y nos dice cosas tan rotundas como que los corruptos no son de ningún partido, ni ideología, sino solo corruptos: te convence, te lo crees y más aún, que es digna de tu confianza.

Bertín y su sofá, en esa casa que vale un potosí y es la envidia de propios y ajenos, con una cocina que es más grande que muchos pisos de protección oficial, eso sí  con cocina de inducción, eléctrica, que no la entiende ni a la de tres y que cuando entrevistó a Mariano no supo hace bien ni unos mejillones gallegos al vapor. En  esa casa, con un estilo propio, sin pretensiones, sin ocultar a su familia, sin querer venderla, aunque van  todos juntos en el lote,  saca lo mejor de todos sus invitados, también de los políticos.

En ese sofá Sánchez nos habló de su familia, que se dedica a esto por creencia, que intenta ser buen padre de familia y que el último regalo que le hizo a su mujer, como muchos de nosotros, han sido flores, que jugando bien al pin pon, nos recordó que muchos pasábamos  buenos ratos antes de la Wii, la Nintendo o el Whatsapp.

Como no, vimos a un Mariano gallego, sereno, experimentado, buena gente, que le cuesta explicar y comunicarse, pero que además de ser extremadamente afable en la cercanía no tiene reparos en decir que como español y político, no hay mayor orgullo que el ser presidente de todos nosotros y no solo eso, que se siente bien para poder continuar cuatro años más.

Bien vale la pena que más allá de campañas a cara perro, de debates tensos, sepamos que nuestros dirigentes y aquellos que aspiran a serlo tienen familia, aficiones,  y que  aunque la mayoría de ellos, como le dijo el otro día la inefable Celia a Pablo en el Congreso, tienen en sus  partidos  alguna manzana podrida, eso no supone en absoluto que todo el cesto lo esté  por definición.