Juan Giner. Militar en la Reserva e Investigador Histórico.
Sólo el silencio y la soledad fueron la triste ‘irrealidad’ de lo no real y vivido. Fue esa tragicomedia que arrancó toda existencia vital a velocidad de vértigo. Que solos quedamos -si algo queda en ese instante final- sólo el último calor humano de unos vecinos que sin saberlo se despedían por todos nosotros de aquellos que el inconcluso tren de la vida tocaba a su fin. Usted y yo estábamos allí con un ‘No te vayas’ con un ‘Dios mío’ con un amargo grito desesperado a la fugaz existencia.
‘Que solos partimos’ hacia el no recordar, hacia el no ser, hacia el eterno silencio de la nada desdibujados en alma y cuerpo, sin llegar a ninguna parte, acompañados en revueltos renglones de recuerdos entre chatarra y metal.
Mi desesperación reclama a destiempo e inútilmente la dignidad de la muerte, el ‘no puede ser’ tamaño y trágico destino, por ello me rebelo como ser humano y ante tal sinrazón de estas muertes solo me queda el silencio, la reflexión y la duda del ¿Porqué? de este cruel final y sólo atisbo a comprender que el dolor humano no es ajeno cuando llega de esta manera sin justificación en esta nuestra fugaz existencia.
Más allá del error, más allá de la condición del momento y las causas siempre me quedará esa respuesta que pretende ser consuelo, pero en el fondo de nuestro ser siempre resonará el porqué sí existe un Dios escribe con retorcidos renglones en cualquier inesperada curva de nuestro efímero camino como seres humanos.