Juan Teodoro Vidal. Químico.
Yo, qué quieren que les diga, prefiero los fenómenos regulados y que funcionan de forma predecible. Creo que sobran muchos de los que nuestra cultura ha tomado como parte de sus tradiciones más arraigadas. Como los encierros de Pamplona, como el Rocío. Podría citar muchos, en general todos aquellos en que no hay una forma establecida para hacer las cosas con el menor coste y sin que haya riesgos para los participantes.
Porque analicemos que pasa en un encierro de San Fermín: para llevar unos toros de un corral a la plaza de toros, se monta un lío mayúsculo en el que los mozos corren delante, al lado y detrás de los toros. Los pobres animales cuadrúpedos que, como todo herbívoro en libertad son bastante pacíficos, se encuentran en una situación anómala, encallejonados sin remedio ente barreras y mozos que, tan valientes ellos, huyen despavoridos los de delante, corren los otros detrás no se para qué, y se ponen en peligro los que se van encontrando a la misma altura de los bichos en el callejón.
Y si vemos lo que pasa en la procesión de la Virgen del Rocío que, para llevar una imagen, los ‘devotos’ saltan una verja, en lugar de abrir las puertas, que habrá sin duda en el recinto, en la madrugada, a una hora aleatoria, pero casi siempre la misma, para sin ningún orden, mover la figura sobre la multitud. No se porqué se asocia la supuesta espontaneidad, que es copia de las ediciones anteriores, con el concepto de devoción, y tampoco entiendo demasiado bien en qué consiste la devoción, teniendo en cuenta toda la ostentación y ‘desmadre’ que rodea la fiesta en sí.
Cualquier empresario que tuviera que organizar un proceso con un fin, como llevar unos toros de un lugar a otro o sacar una imagen en procesión, organizaría las cosas de otra forma, para que no hubiera accidentes en el primer caso y para que todos los que de veras quieren admirar el objeto de su devoción, tuvieran las mismas oportunidades, fueran fornidos mozos o impedidos ciudadanos. Con menor coste de energías malgastadas y con mayor acercamiento al fin propuesto.
Por eso no lo entiendo. Es como si en la mente de los españoles se asumiera que los procesos deben ser caóticos, tanto en las fiestas religiosas, como en otros aspectos más mundanos como la política. No es nuestra vida pública ejemplo de orden, quizá por esa visión teatral y un poco trágica que tenemos de la vida en la que caben todo tipo de heroicidades y excesos innecesarios.
¿Cuántos siglos lleva en España la Patria corriendo delante de los toros de la Historia o llevando la imagen de su destino, para pasar del pasado al futuro, sin un sosiego, sin una línea lógica de actuación que no sea cortoplacista, caótica y costosísima? Quizá por eso en tres siglos hemos pasado de ser el mayor imperio del mundo a ser un estado insignificante en Europa en el que lo que nos distingue son los deportistas de élite, que lo que hacen lo hacen para mayor beneficio propio, y no el hecho de que nuestra población se conserve sana porque hace más deporte que los habitantes de nuestros países vecinos. Quizá por eso hemos llegado a un punto en el que la corrupción ha pasado a ser uno de los asuntos que más preocupa a los ciudadanos, porque es un cáncer que corroe los mismos fundamentos de nuestra sociedad.
¿Qué más evidencias tiene que haber de que las cosas no se están haciendo bien para que podamos desear por fin tener, por ejemplo, una educación consensuada entre todas las fuerzas políticas para hacer que nuestros hijos triunfen como profesionales, con un sistema en el que los poderes estén perfectamente delimitados y se controlen entre sí, con una estructura de Estado que no se ponga en cuestión cada legislatura, con un sistema electoral en que los elegidos representen a los ciudadanos y no los intereses de los partidos?
Tengo claro que la gente tiene derecho a divertirse. Lo que no creo que el esquema improvisado, sin control y caótico de la diversión de masas, alentado por una demasiado larga tradición, deba ser el que se emplee para ‘(des)-organizar’ nuestra vida pública. Hemos de poner un poco de orden en esto, una mayor perspectiva de la trascendencia de lo que significa gastar el dinero de todos, de lo que es nuestro futuro como nación, si es que tenemos alguno, antes de que se nos vaya definitivamente de las manos.