Juan Teodoro Vidal. Químico.
Como cuando 'vuelven las oscuras golondrinas', un clásico del fin de temporada es, paradójicamente, el inicio de las rebajas. En día y hora señalados, un ejército de gente que no tiene otra cosa mejor que hacer asalta los grandes almacenes en busca de saldos, que se ofrecen para terminar con los stocks de objetos de moda que no se han vendido. Funciona la vieja ley de la oferta y la demanda de una forma mecánicamente perfecta: un precio bajo atrae compradores. El origen del precio bajo hay que buscarlo en que se trata de objetos que el año próximo habrán pasado de moda y no habrá quien los quiera. Una previsión de ventas alegre ha llevado a la compra, para engordar el almacén, con demasiado género. O algunos números sueltos de una serie han quedado sin candidatos y hay que liquidarlos, porque ya no se pueden ofrecer todas las tallas. Las rebajas, en principio son una salida airosa al comercial, que aún gana algo de dinero que de otra forma se perdería. El mercado funciona siempre. El precio marca el momento en que la indiferencia se convierte en necesidad para el comprador. Con suerte alguien se podrá aprovechar de tener una talla rara o de haber llegado y haber visto la cosa, antes que otros miles de humanos, que, si hubieran estado allí primero, podrían haberse beneficiado.
Hay varios especímenes en este ecosistema:
-El profesional de las rebajas, que tiene ya seleccionado de antemano lo que le interesa y que va a saco a por ello. Unas veces se gana y otras se pierde, pero es un sistema.
-Quien piensa, equivocadamente, “voy a esperar a las rebajas porque seguro que lo encuentro más bien de precio”. Nada más lejos de la realidad. Normalmente están todas las tallas menos la suya.
-Quien no busca nada en concreto, pero se encuentra con algo que le gusta y aprovecha la ocasión.
Yo me adhiero a este último grupo.
Hay que ir a las rebajas 'sin ánimo de lucro'. Es la única forma de disfrutar del momento. 'Sin propósito'. Se trata de dar un paseo por el gran almacén y ver, sin buscar demasiado, qué hay por allí. No comprar nada que en condiciones normales no hubiera comprado. No se trata de tener más y más, sino de si realmente se necesita o hace un papel.
La vida en la gran ciudad hace olvidar que, en el mercado, el mecanismo de las rebajas es la esencia de la fijación de precios y se aplica en todos los ámbitos y niveles. Cuando yo era pequeño, en el 'mercat' había que regatear cada precio. Ahora, con los precios fijados por una etiqueta, hemos perdido la costumbre. Las variaciones de los precios son las que orientan la producción y los recursos dedicados en la sociedad para conseguir una mercancía. Por unos días, con las rebajas, la gran ciudad vuelve a ser un pueblo grande.