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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

La curiosidad, ese eterno niño

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. 

Todos nos sorprendemos cuando observamos el entusiasmo que ponen los niños por el descubrimiento del mundo que les rodea. La curiosidad por explorar el medio, en los infantes es un criterio que nos informa de que todo va bien. Si existe un buen apego o apego seguro, el menor cada vez se alejará más de las figuras de apego, sin poder evitar su avidez por descubrirlo todo. También, si no hay ningún cuadro clínico relevante, a nivel del neurodesarrollo, el niño interactuará sin miedo ante todo lo que se muestra a su incipiente sistema perceptivo, en búsqueda de sentido. Su sorpresa y avidez, le llevará a crearse teorías ingenuas sobre el mundo y a formarse como investigador innato, convirtiendo cada momento del día en un espacio experimental de descubrimiento.

A lo largo del ciclo vital, esa curiosidad con la que nacimos, esa avidez por el descubrimiento y ese asombro constante, va dando lugar a un sistema mental y perceptivo mucho más rígido, que se dirige por los esquemas ya creados, viviendo de “rentas de descubrimientos iniciales del que fue niño” y no crea nuevos espacios mentales ni emocionales del descubrimiento. No es tan radical esa pérdida, ya que sí que hay  adultos  que conservan esa emoción y deseos por lo nuevo, por lo diferente. Tendríamos que plantear, qué presión hace el medio social y cultural, para que este potente investigador innato deje de serlo, y se acomode en los “algodones de sus experiencias pasadas”.

Así, siguiendo a Jostein Gaarde en su libro ‘El mundo de Sofía’, donde intenta en relato novela hacer una introducción de las características del filósofo y la historia de la filosofía recoge: “Lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la capacidad de asombro...; tal capacidad de asombro la podemos encontrar en cualquiera de las cosas más sencillas y simples que nos rodean, al pensar en sus razones de existir y en su interacción con el mundo que las circunscribe”. Llegados a este punto, todo niño es un filósofo en potencia, un filósofo de su medio natural y cultural, y lo será durante los primeros años de su vida.

La curiosidad como esa capacidad de observar, interesarse, experimentar y aprender del entorno, no tendría que finalizar en la edad adulta.  Tiene como fin básico la adaptación y supervivencia y es uno de los pilares de la creatividad. No existe creatividad sin curiosidad,  solo presente en algunos y en otros no,  más allá de la infancia. Pero qué duda cabe, y así las investigaciones lo recogen, que un “anciano curioso” sigue interesado por el mundo, lo observa, analiza, se entusiasma y aprende del mismo. El anciano que tiene este “sistema curioso” propicia que su cerebro funcione mejor y su vida sea más placentera.

A toda costa debemos evitar la frase de Azorin: “la vejez es la perdida de la curiosidad” y seguir a Albert Schweitzer cuando dijo: “los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma”.

Hay investigaciones que hablan del impacto de la curiosidad como una de las fortalezas que preservan en la salud, la felicidad e incluso el éxito… Así, Martín Seligman, uno de los fundadores de la psicología positiva,  recoge en su estudio de las virtudes y fortalezas las que serían las 24 fortalezas básicas en las personas. Entre estas fortalezas recoge dentro de la sabiduría y el conocimiento las siguientes fortalezas: la creatividad, la curiosidad, la mente abierta, la pasión por aprender y la perspectiva.

Quien haya visto la película ‘El Club de los poetas muertos’, sabrá que es un alegato claro a la descripción de dichas fortalezas… “Atreverse a cambiar y buscar nuevos campos… Hay que mirar las cosas constantemente de un modo diferente… No nos resignemos a saltar como conejos, escapemos…”

Intuitivamente nos planteamos las fórmulas que permitirán que el adulto siga siendo curioso: el haber sido de niño un explorador y no condicionado por sus educadores en la no exploración;  la paciencia de sus educadores, que respondieran ante sus preguntas y dudas y se le escuchara; que se dé justo valor a sus descubrimientos e iniciativas;  se haya favorecido contextos continuados de descubrimiento como viajar, conocer otras culturas, relacionarse con otras personas; tener que interactuar en múltiples espacios; seguir fomentando la formación a lo largo del ciclo vital; educar en potenciar la creatividad en diversos ámbitos; educar en la capacidad de autorregularse como proveedor de nuevas metas a lo largo de toda la vida; posicionarse en una visión crítica de las propias ideas y, por tanto, favorecer contextos de discusión constructiva con gente dispar a nosotros mismos… No saltemos como conejos e impongamos como primer ejercicio diario contrastar nuestras propias formas de pensar.