María B. Alonso. Psicóloga Clínica y Forense. Coordinadora UNED Castellón.
La biología, nos dota en nuestra naturaleza como especie, el ser agresivos. La agresividad, es precisa para repeler cualquier riesgo, situación peligrosa o adversidad de un organismo, en pro de su supervivencia y de la de su especie (repeler el ataque de un depredador, ser suficiente agresivo con el medio para extraer el sustento….). En segundo lugar, ante la detección de un riesgo inminente, para el organismo, se pone en funcionamiento el sistema de evitación – escape y lucha, que es la base biológica de la agresividad.
Este sistema, anteriormente citado de evitación –escape y lucha, es primigenio en la evolución filogenética de la especie y funciona a nivel neuro-emocional, en nuestro cerebro límbico y en ocasiones difícil de regular por nuestro cerebro más racional, priorizando nuestro sistema biológico, el procesamiento de la información de peligro directamente a nuestro cerebro emocional, a la vez que esta información viaja al cortex, cerebro racional, pero disparándose se fuera preciso antes el sistema de evitación- ataque y lucha, ya que los peligros y riesgos son procesados inmediatamente por el cerebro más emocional, que es la parte más primitiva en el desarrollo de nuestro cerebro como especie. La agresividad o lucha así entendida, nos ofrece una función de supervivencia y adaptación al medio. Ancestralmente, dicha adaptación, era básicamente ambiental, en la actualidad es social, cultural y por tanto tecnológica.
Nos detenemos por un momento en la definición que hace la UNESCO de la cultura: “…la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones”…
Llegados a este punto, si una cultura son formas, funciones, relaciones, roles, productos, técnicas,… de un grupo de sujetos, en una sociedad, se convierte en el pilar básico de esta la socialización, como trasmisora de todo lo anterior. Por tanto, dentro de las culturas humanas, se nos pueden dotar para valores y principios que fomenten el pacifismo e interacciones con el medio no violentas, pero también, por el contrario, para valores y principios que favorezcan la puesta en marcha, mediante la tecnología de nuestra agresividad ancestral adaptativa. Un claro ejemplo, en los albores de neutra especie, y uno de los surgimientos de la socialización de la violencia, son los llamados imperios Neolíticos, en estos, empezaron a glorificar a sus guerreros, como máximos exponentes y su rol ensalzado dentro de las tribus, por el su función de expansión territorial por parte de dichos imperios. Así la agresividad es inevitable, pero la violencia si es evitable y puede ser regulada, encauzada y liberada en pro de valores, más o menos agresivos, en general las culturas humanas, a lo largo de la evolución, han ensalzado “las violencias”.
A lo largo de su Historia evolutiva, como especie, el ser humano, ha ido desadaptadose del medio natural o nicho ecológico, a medida que ha ido tecnificando su medio natural. Es en la actualidad en el presente, llegado hasta el punto, de estar contaminando su medio natural a un ritmo que será difícil la supervivencia dentro de unos años en el planeta Tierra, según afirman los expertos. Cada vez el ambiente o entorno del Ser Humano es más artificial y con más instrumentos tecnológicos, desarrollando lo que hoy entendemos por civilizaciones humanas. Bien es cierto, que han creado, las artes, las ciencias,… posiblemente, estas expresiones de la naturaleza humana, dotan de sentido, la palabra humano.
Retomemos el término agresividad, es exhibida como respuesta adaptativa al entorno, que implica en el caso de conflicto entre dos sujetos, el empleo de su fuerza físicas y destrezas dentro de la lucha. Ahora bien, en la mayoría de los casos, un ataque entre dos sujetos, no llevará a la muerte de uno de ellos, por la cercanía y contacto de los cuerpos, a no ser que la vida esté en peligro, o se posea alguna patología que impida a un sujeto regular su agresividad. Lo habitual es que la mayoría de seres humanos, en una lucha cuerpo a cuerpo, no asesinen a su contrincante, de no haber un riesgo muy serio para la vida, la lucha se produciría más para sometimiento del otro.
El asesinato, se produce cuando el brazo se alarga, el contrincante se aparte del cuerpo a cuerpo, con un instrumento para matar y con ello desaparece el contacto físico directo, cuando aparece la técnica para matar, es más fácil que se produzca el asesinato. Aparecen las armas o instrumentos de muerte, para superar esa connotación etológica que dificulta matar al otro de nuestra misma especie, con las propias manos. Así la violencia es el resultado de la agresividad natural o repertorio biológico para la supervivencia y la potencialización a través de la cultura de los instrumentos de muerte. Desde la primera lanza o puñal hasta las armas más sofisticadas. No digamos si con solo apretar un botón o una tecla. se puede destruir ciudades enteras, con habitantes sin rostro, lejos de nuestro cuerpos, desde donde no podemos oler su miedo, ni su horror, donde no nos vemos, en el otro.
Qué duda cabe, que en una sociedad actual, donde se bombardea en los medios de comunicación con actos violentos, realizados de forma masiva y de diferentes formas, en diferentes pates del mundo y lejos de esa “consciencia de nosotros en el otro”, se produzcan fenómenos de perdida de los resortes de respeto a la vida del otro, que llevamos impresos genéticamente. Se produce una desensibilización por excesiva exposición a hechos y datos de sufrimiento humano, pero la exposición es virtual, se produce en la distancia física, el anonimato que da las nuevas tecnologías, al apartarnos del “olor de miedo y sufrimiento del otro”. Esa distancia del cuerpo a cuerpo, nos desensibiliza paulatinamente, propiciando la aceptación de la violencia. Produciéndose a su vez una apraxia emocional o falta de conductas en pro de la no violencia. “Nos pilla lejos” de los otros, que solo nos puede conmover durante unos minutos y cada nuevo ensayo de exposición nos va haciendo duros, escuchamos una noticia y minutos o segundos después nuestra vida sigue inmutable.
A su vez y ya lejos de los instrumentos de matar, la civilización actual, altamente tecnificada, ha llevado a formas de violencia sofisticadas, donde la tecnología se convierte en ese largo brazo que nos aparta del otro y que da salida a nuestra agresividad ancestral. Ejemplos de dichas nuevas formas de violencia como el ciber-acoso, las páginas de sexo donde la pedofilia y otras formas de trato inhumano y vejatorio son visitadas por miles de usuarios en busca de estimulación. O la replicación utilizando las nuevas tecnologías de actos sádicos, y psicopáticos, en páginas donde se exhiben formas de violencia o hacer daño a otros congéneres o animales, que son grabadas y subidas a la red…. El anonimato, la facilidad de propagación, la distancia del otro (brazo largo),… son variables que permiten a quien está altamente desensibilizado del dolor y sufrimiento del otro, en ejecutar sus fechorías.