María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense.
El Instituto Nacional de Estadística recoge en una publicación de marzo de 2016, dentro de las causas de muerte de la población como causas externas, el suicidio, que representa el 3,8% de las muertes totales. Así, el suicidio es la primera causa de muerte por causas externas por encima de las muertes por accidente. En números absolutos, en el 2014 se suicidaron 3910 personas en España, y murieron en accidente de tráfico 1131 personas. Por sexo, el suicidio fue la primera causa de muerte por causas externas en el hombre. Otras fuentes afirman que en la población juvenil es la tercera causa de muerte o la segunda según estudios y grupos poblacionales.
Como consecuencia del impacto emocional que representa para familiares y amigos, los clínicos nos encontramos en nuestros despachos personas rotas, hechas añicos, con sentimientos ambivalentes de culpa, rabia e impotencia ante la 'muerte voluntaria' de un ser querido. Qué duda cabe, que algo que jamás superaran los familiares de un suicida, es el no haber podido hacer algo para evitar la muerte de su ser querido: no haber detectado el problema, no haberse dado cuenta de la situación, no haber actuado…
El romanticismo por ‘la muerte voluntaria de alguien’ queda para la prensa sensacionalista, que publica con membretes: se suicidó por amor, se suicidó por que no podría hacer frente a pagos, se suicidó por una depresión y un largo etcétera. Pero realmente lo que queda es el dolor, la rabia, la culpa y la desesperación en aquellos que fueron sus seres más queridos y que en muchos casos jamás recuperan totalmente de tal pérdida. El dolor de un hijo cuando se entera que su papá o su mamá ‘se quitó de en medio’. El dolor de unos padres ancianos que, contra natura, tienen que enterrar a un hijo que no solo ha muerto sino que busco él mismo este final… o el dolor de una mujer que no detectó que aquella mañana sería la última vez que besaría la mejilla de su pareja.
Hay que dejar claro que tras la decisión de ‘quitarse del medio’, el futuro suicida no ve el día después para su entorno o no lo ve en toda su magnitud, y es papel de los profesionales dejarle claro que, con su desaparición, empieza el tormento real, el verdadero dolor… En ocasiones, muchos que pretendían llevar a cabo dicha acción, cuando les refiere el profesional con ejemplos y con detalles que favorezcan que puedan ver como sería el día siguiente después de su muerte, la vivencia de esos seres queridos, a los que pretende liberar de su presencia, es como una revelación que no pensaron, que no valoraron o que no quisieron ver.
Existe en nuestra sociedad otro aspecto igual de impactante y que tiende también a crear un halo romántico en torno a la imagen del suicida. Lo tabú que es hablar de este tema, nadie quiere preguntar, nadie pensaba que lo haría, todos negamos la evidencia de que pueda pasar. No estamos preparados para el shock que representa ‘la muerte voluntaria’ de alguien y le buscamos sentido a través de razonamientos que solo alimentan el romanticismo y, por tanto, el delirio del futuro suicida, que lejos de ver el mal y el dolor que puede dejar, ve la acción en sí como una liberación.
Los medios de comunicación juegan un papel central en este tipo de situaciones de mala realidad o realidad deformada que tiene el suicida. Por un lado, se acallan las cifras reales de suicidios actualmente, y por otro se explican las acciones suicidas con connotaciones muy basadas en la desesperación y la liberación que representa el acto.
No se pretende entrar en el derecho o no derecho de un individuo cualquiera a morir. Lejos de ese debate de moral o no, de ilícito o no, la intención de este artículo es pronunciarse de la mala gestión que se realiza de este tremendo acto, cuando deja secuelas irreparables a los que se quedan y que visto desde cierta distancia no era suficiente razón o explicación, la pérdida de un amor, o la perdida de estatus económico, la aceptación o la dificultad de la superación de una perdida afectiva, la identidad sexual y otros razonamientos para justificar el vacío y daño que deja en su entorno tras su marcha.
A lo largo de mi experiencia profesional, ningún suicida real pretende hacer daño a los suyos. Tras hablar con ellos y valorar qué les llevó a intentar dicha acción, unos actúan con incredulidad, otros verbalizan el erróneo pensamiento de dejar de sufrir y dejar de hacer sufrir a los suyos. En los años de experiencia, ninguno contestó que pretendía hacer daño con su acción a nadie, más bien al contrario. Aunque la realidad es que con su acción dejan destruida la vida de muchos de aquellos que amaron tanto, y por los que actuaron con la nefasta decisión de desaparecer.
La bibliografía y la investigación recogen como factores de riesgo de suicidio, en cuanto a las variables individuales, el ser varón, adolescente o de edad avanzada. Es también un factor vinculado, el abuso de sustancias u otros problemas de salud mental como depresiones graves, psicosis y otros… Además, hay un factor psicológico con entidad propia, la desesperanza, que se presenta en muchos casos previo al acto de suicidio. También se relaciona directamente con el suicidio la falta de apoyo social, la historia de vida de traumas y violencia en la infancia, y el hecho de un suicidio previo en la familia, de un familiar cercano. Por otra parte las perdidas personales, muerte de un ser querido o abandono, así como las pérdidas materiales, parecen ser desencadenantes.
También la literatura recoge variables positivas que protegen y que evitan la ideación suicida como una forma de liberación: el tener un buen ambiente social y familiar de apoyo, buenas estrategias en resolución de problemas o estrategias de afrontamiento adecuadas a la adversidad, el manejo de forma constructiva y con buena ubicación de control ante las amenazas.
Siempre se recomienda una intervención y valoración exhaustiva del caso, tras un intento de suicidio, por expertos preparados que puedan ayudar a prevenir nuevos intentos en un futuro. Siendo imprescindible una buena valoración clínica–psicopatológica, social y ambiental del caso. Asimismo, ante la sospecha de posibles intenciones, tanto si son verbalizadas como si no, por el posible suicida, se debe de buscar ayuda profesional de inmediato.
Si hacemos un análisis del discurso de relatos de posibles suicidas, de las cartas que dejan antes de realizar su acción, están llenas de silencios y sentimientos que jamás expresó, de soledades y de pérdida del interés o desesperanza. También están teñidas de cansancio, de pérdida de sentido y de búsqueda de solución radical y definitiva. En muchos casos, rechazo a su propia persona, baja tolerancia a sí mismo y a su valía. Pero en todas se entre-lee una pérdida de sentido de la realidad, con pensamiento en muchos casos obsesivo o delirante por lo que representa su vida en ese momento y una 'sobrevaloración del desaparecer', para liberarse de algún lastre que en la mayoría de las ocasiones el entorno no lo vería tan drástico y de ahí el matiz de delirante.
Para finalizar, retomando un dato que se dio al principio del artículo, las muertes por accidente de tráfico representan un tercio de las muertes por suicidio y parece ser que el aumento del suicidio es progresivo año a año. La DGT, Dirección General de Tráfico está realizando campañas continuamente para bajar la siniestralidad en las carreteras, ¿se deberían llevar a cabo programas de concienciación al respecto del suicidio?