Miguel Ángel Cerdán. Profesor de Secundaria.
En Abril de 1934, Luciano de la Calzada, diputado de la derechista CEDA, afirmaba que “España es una afirmación en el pasado y una ruta hacia el futuro. Sólo quién viva esa afirmación y camine por esa ruta puede llamarse español. Todo lo demás (judíos, heresiarcas, protestantes, comuneros, moriscos, enciclopedistas, afrancesados, masones, krausistas, liberales, marxistas) fue y es una minoría discrepante al margen de la nacionalidad, y por fuera y frente a la Patria es la anti-Patria”.
Esa era la derecha de entonces, y no la más extrema por cierto, pero con una constante histórica: excluir al discrepante, física y moralmente. Y eso es lo que hicieron además con los republicanos durante y tras la Guerra Civil. Por eso no es cierto, al contrario de lo que afirmaba Machado, o de lo que recogía Ortega y Gasset, que hubiera dos Españas. Y mucho menos una tercera.
Sólo ha existido una España, la España que ha construido sistemáticamente la derecha, de raigambre africanista y asilvestrada, y que siempre ha considerado a nuestro país como un cortijo y al común de los españoles como una infraclase que debe ser dominada mediante la fuerza y el miedo. Siguiendo incluso a Ortega, es “la España muerta y carcomida”.
Frente a esa España, durante un par de breves periodos de tiempo en nuestro país se abrió la posibilidad de asentarse una España integradora, una España ilustrada, basada en la razón y en la justicia, la España “nueva, afanosa y aspirante que tiende hacía la vida” que cita Ortega El principal y más intenso de estos periodos fue la II República, y más en concreto el primer Bienio, el llamado Bienio progresista.
Porque, como acertadamente intuyó Don Manuel Azaña, el problema de España no era únicamente un problema de educación, era un problema de constitución del Estado, era un problema de Democracia. Y precisamente el régimen político nacido el 14 de Abril de 1931, nuestra II República, se empleó a fondo en conseguir que hubiera una verdadera Democracia en nuestro país, una Democracia que recortase definitivamente las poderosas redes clientelares del “turnismo” de la Restauración y que por lo tanto contase con ingredientes poderosos de justicia social. Se hizo así una política social, educativa, de reforma agraria, de construcción de un Estado que hasta entonces había sido inexistente si no era para defender los intereses de la oligarquía de terratenientes e industriales, que fue pronto cercenada.
Vino pronto la reacción, y a continuación el golpe de Estado del 36, un golpe que prácticamente se empezó a gestar el día que triunfó la República y por lo tanto la posibilidad de que naciese una nueva España.
Lo que vino a continuación; la larga noche del franquismo y después una nueva Restauración monárquica que pronto nos descubrió que, salvo algunos destellos y algunos cataplasmas que pronto se retirarían, las cosas seguirían igual, nos hace ver cómo la destrucción de nuestro incipiente Estado de Bienestar y de unos mínimos derechos civiles y sociales no son casualidad. Son el fruto de la inexistencia de ese nuevo país, de esa España Ilustrada que hoy es más necesaria que nunca. Y sólo podrá darse con una nueva República, con la III. Porque España será republicana o no será.