Miguel Bataller. Ciudadano del Mundo y Jubilado.
Uno de los temas más manidos y recurrentes de los últimos años en la sociedad española, es el de la corrupción.
Tengo la absoluta seguridad de que todos los españoles, excepto quienes están inmersos en ese interminable lodazal y se han enriquecido del mismo estamos deseando terminar de una vez por todas con esa vergüenza nacional que he impregnado tanto a políticos como a empresarios e incluso a dirigentes sindicales y demás personajes o personajillos que “pasaban por allí” y utilizaron o fueron utilizados por esas bandas de mafiosos que nos asquean a todos.
Cuando surge este debate, vienen normalmente las divergencias ya que para unos la responsabilidad es de los empresarios por tratar de sobornar a los políticos y para otros es de los políticos por dejarse sobornar o incluso haber pedido sobornos.
¿Qué es antes el huevo o la gallina?
Una vez iniciado el engranaje que nunca debió de originarse, los empresarios que quieren seguir buscando proyectos para mantener la actividad industrial y laboral de sus equipos quedan ya envueltos en una trama de la que es muy difícil salirse sin quedar perjudicados.
Me vienen a la mente los debates de hace dos décadas en la Generalitat de Cataluña en los que sin el menor decoro, el PSOE-PSC le reprochaba a Convergencia i Unió que su problema era del 5 % y los otros les respondían que el de los convergentes era del 8 %.
Fue la primera evidencia pública en las Instituciones del Estado de lo que se estaba cocinando ya entre bambalinas, pero todos prefirieron echar tierra al asunto y seguir funcionando de ese modo tan torticero, pero que tan pingües beneficios les reportaba a los partidos para su financiación ilegal y a sus testaferros que aprovechando el oscurantismo de esas situaciones siempre sacaban tajada de esos sobornos, chantajes o latrocinios ya que de todo ello ha habido en la viña del señor.
Y se trataron de hacer Leyes para regular el tema, pero paralelamente ellos mismos encontraban las trampas para burlar las Leyes o la ingeniería financiera indispensable para poder seguir disfrutando de tan indignas situaciones.
Como se dice normalmente, “hecha la Ley, hecha la trampa” y así han seguido trampeando más de treinta años pese a todos los cambios legislativos llevados a cabo.
No puedo justificar al empresariado que ha recurrido a esas tretas para conseguir ejecuciones de obras públicas, pero mucho más imperdonable es la actitud de los políticos imponiendo esa condición a quienes querían conseguir trabajo para sus empresas.
En su origen hubo una simbiosis de intereses y por eso se generalizó ese nido de corrupción, por lo que resulta imposible poder acusar a unos sin hacerlo a los otros.
No hay corruptos sin corruptores ni al contrario.
Unos se alimentan y retroalimentan a los otros.
Pero si hay una diferencia indiscutible y la misma se basa en la capacidad de hacer unas Leyes Penales muy duras tanto para unos como para otros, obligando a unos a devolver lo detraído o recibido y a todos a que caiga sobre ellos el peso de la ley y de la justicia.
Y esa capacidad solo está en manos de los políticos, ya que son ellos los que ostentan la potestad de los tres poderes del Estado, tanto del Legislativo para promulgar las Leyes oportunas, como del Ejecutivo para obligar a cumplir las decisiones de un poder Judicial que aunque teóricamente debería de ser independiente, lamentablemente también acaba estando controlado por el Legislativo que es quien determina la composición de las mas altas Magistraturas del Estado.
Por lo tanto debemos dejar de considerar que es una pescadilla que se muerde la cola, porque no lo es.
Es un problema muy serio, que sólo se atajará el día que nuestra clase Política quiera y decida hacerlo pero sinceramente.
Hasta ahora solo hemos oído palabras vacías y ni unos ni otros han dado los pasos necesarios para acabar con tanta corrupción como está socavando los cimientos de nuestra tambaleante democracia.
Y, precisamente por eso quiero comentarlo ahora que es cuando todos debemos de pensar detenidamente antes de depositar nuestro voto.
Si lo hacemos irreflexivamente luego no podremos rezar para pedir milagros, porque no habrá dios que quiera oírnos.