Miguel Bataller. Ciudadano del Mundo y Jubilado.
Este vaticinio, no es original mío ni de ningún europeo, sino que lo hizo Gaddaffi antes de caer víctima de la primavera Libia.
No estaba pensando el líder libio en guerras ni en invasiones masivas por motivos bélicos, sino en algo mucho más sutil y evidente:
Las tasas de natalidad de las familias musulmanas.
Los pronósticos se van confirmando paulatinamente a medida que se verifican los datos de natalidad de los musulmanes en toda Europa, en contraste con los de los europeos originarios de la cultura cristiana.
Según todos los estudios estadísticos históricos analizados recientemente, ninguna cultura perdura durante más de cincuenta años con tasas de natalidad inferiores a 2,3 hijos por familia, puede mantener difícilmente con tasas de 1,9 hijos y una fase de regresión es ya insuperable cuando esa tasa cae por debajo de 1,3, llevando a la extinción de esa cultura.
La media europea en estos momentos es de 1,38 y la española 1,1.
Hace más o menos 10 años, en un curso de la Universidad para Mayores aquí en Burriana (creo que solo se hicieron dos años, por falta de medios) ya se nos explicaba este tema con claridad meridiana y el ponente mostraba una preocupación razonable y razonada, por la caída en picado de la tasa de natalidad de las mujeres europeas, pero muy particularmente por las españolas.
La situación desde entonces no ha parado de agravarse, tanto por la baja de nuestra tasa de natalidad, como por el flujo constante de familias magrebíes o de África Subtropical, con tasas de natalidad que aquí en España y en Europa triplican y llegan a cuadruplicar las tasas de fertilidad de las mujeres nativas.
La reciente crisis de los refugiados, viene a ser un factor adicional en esa crisis, ya que no van a ser pocas las familias musulmanas que van a encontrar acomodo en Europa y por otra parte no veo movimientos socio políticos de los gobernantes europeos, para afrontar esta situación.
En 2030 la población musulmana europea superará ya los 100 millones, y curiosamente la media de edad de ellos, será aproximadamente tres cuartas partes de la de los europeos de origen, es decir van a ser la mayor fuerza laboral europea en algunas décadas y además el proceso de desconexión de la juventud europea con la Iglesia Católica camina a un ritmo acelerado, mientras que la radicalización islámica de sus jóvenes crece espectacularmente.
En estos momentos, todos los hijos de marroquíes nacidos en España, que son bastantes, adquieren automáticamente la nacionalidad española, ya que Marruecos no les reconoce como marroquíes.
Y lo peor de todo, es que mayoritariamente los musulmanes que viven en Europa, son reacios a integrarse en nuestra cultura y forma de vivir y eso se percibe fácilmente al ver que la mayoría de los terroristas yihadistas que siembran el terror en las calles europeas, no son recién llegados, sino en su mayoría ciudadanos europeos ya de segunda e incluso tercera generación, lo cual me lleva a pensar que si bien de momento se les puede contener y controlar de una manera razonable, muy probablemente eso resulte imposible en pocos años.
Como no cambien mucho las cosas y los procesos de integración de los inmigrantes en Europa, todo apunta a que mis biznietos van a tener que vivir en un mundo radicalmente diferente al que nosotros hemos tenido y disfrutado, no sé si mejor o peor, pero ciertamente diferente.
Y lo peor de todo, van a ser los años de tránsito desde la forma de vivir occidental, dentro de unos valores democráticos fundamentales y del respeto a la vida y la libertad de opinión y expresión, que de momento son inconcebibles en un mundo musulmán, con el que he estado muy relacionado a lo largo de toda mi vida laboral.
Aún no he conocido una democracia auténtica en ninguno de ellos.
Lo más parecido que conocí, fue un Líbano multicultural en la década de los sesenta del pasado siglo, que acabó como ‘el rosario de la aurora’ y del que los cristianos tuvieron que salir a escape pese a ser la fuerza motriz de su economía y la cultural e intelectual, precisamente por ser minoría.
Aquel paraíso que conocí y disfruté hasta mitad de la década de los años setenta, en poco tiempo quedó dividido, y convertido en un campo de batalla, arruinado y desconocido en muy pocos años.
Ellos también fueron muy generosos con los pobres refugiados palestinos y a cambio el pago que sufrieron, fue su propia ruina.