Rafa Cerdá Torres. Abogado.
José Ortega y Gasset, uno de los mayores intelectuales del siglo XX de nuestro país, publicó un demoledor artículo el 15 de noviembre de 1930 en el antiguo diario EL SOL, bajo el título: Delenda est Monarchia, frase latina que se traduce con un significado cercano a "Hay que destruir a la Monarquía". El final del reinado de Alfonso XIII estaba más que cantado, en 1930 la Corona había perdido el apoyo de la burguesía urbana, de las élites intelectuales y económicas del país y prácticamente de todo el espectro político. El soporte del rey a la Dictadura de Primo Rivera en 1923, quebró la confianza política de los partidos en el soberano en particular y en el sistema monárquico en general, como el modo de organización política más adecuado para los intereses de España. Ortega y Gasset puso el altavoz a una concepción cada vez más extendida, y fue cierta; poco tiempo después, en abril de 1931 las elecciones municipales pusieron a los Borbones dirección al exilio.
Cuarenta y cuatro años después, el nieto del rey Alfonso XIII consiguió lo que parecía imposible, restaurar y consolidar la Monarquía como un la forma de organización política de la Jefatura del Estado, en un final de siglo XX donde el sistema republicano parecía el más lógico, al socaire de los ideales democráticos de libertad y de igualdad que la sociedad occidental demandaba. En 1975 Juan Carlos I sucede al General Franco, pero no a su Dictadura, y promoviendo la reforma política que culminó con la aprobación de la Constitución de 1978, granjeó en la sociedad española un movimiento de simpatía y adhesión a la Corona que ha permanecido vigente hasta hace menos de un año.
Negar la evidencia de un proceso de desapego hacia la Corona cada vez más extendido en todas las capas de la sociedad, supone falsear la realidad. El rey Juan Carlos I tiene tras de sí 37 años de reinado, con una extraordinaria contribución en la creación del período de paz y prosperidad más largo de nuestra historia contemporánea. Sin embargo, la presencia de elementos como tráfico de influencias a través de la más que dudosa trayectoria de su yerno Iñaki Urdangarín, un estilo de vida privado repleto de amistades muy bellas pero letales para su reputación y el no asumir una política de transparencia en la gestión de la Casa Real, lo único que ha comportado es perder 20 puntos de apoyo en las encuestas. Con los tiempos que corren, un porcentaje del 54% según distintos estudios, partidario de la Corona, es un buen puntal para la supervivencia de la Familia Real, pero los gestos de apertura (publicación en la página web de la Casa Real de los sueldos de los Reyes y sus hijos) y la solicitud pública de perdón ("Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir"), si no van acompañados por actos taxativos de alejar a los Duques de Palma de la esfera real, juntos a amantes y demás piezas de caza, sólo significarán la pérdida de otros 20 puntos porcentuales. Un año atrás, las encuestas daban un 74%, ¿se imaginan la sangría que supone perder en dos años ¡¡40 puntos!!?...
Siempre me he considerado monárquico, por reunir la institución la continuidad del Estado así como configurar un punto de estabilidad institucional por encima del a veces fratricida juego de los partidos políticos. Si la Monarquía desea pervivir, sólo le queda una solución a mi juicio, dar paso a un nuevo reinado, con la abdicación a favor del Príncipe de Asturias.Y lo más pronto posible, de lo contrario, la III República comenzará a llamar a la puerta. ¿Delenda est Monarchia?, todavía no. Pero la situación urge cambios la Corona, y éstos deben producirse ya.