Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
En la solemnidad del Corpus Christi celebramos y mostramos públicamente en la procesión nuestra fe en la presencia real, verdadera y permanente de Jesucristo en la Eucaristía. El presente Año de la Fe es por ello también "una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía" (Benedicto XVI, Porta fidei, 9), una ocasión para avivar y fortalecer nuestra fe en la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.
San Pablo, en su primera carta a los Corintios, cuya fe en la Eucaristía se había debilitado, les recuerda la tradición que procede del mismo Jesús y que Pablo mismo, les ha trasmitido: “Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo tomó pan.. lo partió y dijo: esto es mi cuerpo... y lo mismo hizo con el cáliz... diciendo. Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. A la vez, Jesús confía a su Apóstoles, sus sucesores, y a los sacerdotes: “Haced esto en memoria mía”; y añade: “Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Co 11, 24-26). Por tanto cuando celebramos hoy la Eucaristía, hacemos lo que Jesús nos confió: el pan y el vino se convierten en su Cuerpo y en su Sangre, anunciamos su muerte redentora de Cristo y su resurrección salvadora: así se aviva la esperanza de nuestro encuentro definitivo con él. Conscientes de ello, después de la consagración, respondiendo a la invitación del Apóstol, aclamamos: “Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.
En la Eucaristía tenemos, pues, el signo visible y real de la entrega de Jesús hasta la muerte en la cruz por nosotros; una entrega que se hace siempre actual, cada vez que celebramos la Misa. La Eucaristía es un don y misterio de amor, en el que Cristo se nos da además como alimento y prenda de la futura gloria. En la Eucaristía, Cristo Jesús se queda permanentemente entre nosotros.
La Fiesta del Corpus nos invita a entrar en el corazón del misterio de la Eucaristía, para acogerlo con fe. En la Eucaristía está Jesucristo, Dios y hombre verdadero; más aún: la Eucaristía es Jesucristo mismo, real y substancialmente presente bajo la apariencia del pan y del vino. En la Eucaristía, Dios mismo sale a nuestro encuentro y nos espera, se nos ofrece en comida para unirse con nosotros, pide y merece nuestra adoración, se queda con y entre nosotros y nos espera en el Sagrario. Por ello la adoración eucarística no es puro sentimiento vacío ni intimismo espiritual, sino expresión viva y vivida de la fe en el ‘misterio de la fe’, en la presencia real y permanente del Señor en la Eucaristía. Jesús se queda en la Eucaristía no sólo para ser llevado a los enfermos, sino para estar y hablar con nosotros, para seguir derramando su amor y su vida. La Eucaristía contiene de un modo estable y admirable al mismo Dios, al Autor de la gracia, de la vida y de la salvación. El Costado abierto de Jesús es un manantial inagotable de amor, del amor de Dios.
Avivemos y mostremos nuestra fe en la presencia real y permanente del Señor en la Eucaristía. ¿Cómo? Por ejemplo: Saludando al Señor al entrar en la iglesia mediante una genuflexión ante el Sagrario, poniéndose de rodillas y orar ante Cristo-Eucaristía, participando con fe y devoción en la santa Misa, con visitas y momentos frecuentes de oración y adoración al Santísimo Sacramento para lo que es preciso tener las iglesias abiertas más tiempo. Valoremos el gran tesoro de la Eucaristía, manantial permanente del Amor.