Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
Este domingo, 22 de octubre, celebramos con toda la Iglesia católica la Jornada Mundial de las Misiones, el día del Domund. Cada año, esta Jornada es una ocasión privilegiada para que todos los integrantes del Pueblo de Dios tomemos conciencia de la permanente validez del mandato misionero de Jesús de hacer discípulos suyos a todos los pueblos (cf. Mt 28, 19). Aún son muchos los que no conocen a Jesucristo.
El mandato y el compromiso misioneros valen para todos los bautizados; la misión atañe a todos y cada uno de los cristianos, a nuestra Iglesia, a las parroquias, y a las comunidades, movimientos y asociaciones eclesiales.
Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a participar en la misión que el Señor nos ha confiado. La Iglesia es misionera por naturaleza; "si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo" nos dice el Papa Francisco.
El Mensaje del Papa nos recuerda que la misión es el corazón de la fe cristiana; y el lema de la Jornada nos invita a ser valientes porque la misión nos espera; una llamada urgente a compartir con el mundo entero la gracia del encuentro con Jesucristo.
Ante un mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por numerosas guerras fratricidas, hemos de seguir anunciando el Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Nuestra misión como cristianos y como Iglesia se ‘funda en la fuerza transformadora del Evangelio’. Nuestra misión no es propagar una ideología religiosa ni tampoco proponer una ética sublime. La misión de la Iglesia es anunciar y ofrecer a Jesucristo y el Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva porque contiene y ofrece una vida nueva: la vida de Cristo resucitado. Cuando se acoge esta vida nueva, comunicada por el Espíritu Santo, Cristo Jesús se convierte en Camino, Verdad y Vida de las personas; en Camino que invita a seguirlo con confianza y valor para experimentar así la Verdad y recibir su Vida, que es la plena comunión con Dios y germen de comunión con todos los hombres y la creación; una comunión que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.
La vida nueva de Cristo Resucitado transforma el corazón de la personas, condición siempre indispensable para la trasformación de la relaciones personales y sociales, y de las estructuras injustas y de pecado. De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama.
La misión de la Iglesia y la misión de todo cristiano ‘es llevar al encuentro personal y transformador con Jesucristo vivo’. A través de nuestra misión, Jesucristo mismo sigue evangelizando, saliendo al encuentro, actuando y salvando. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo para siempre como una fuerza imparable.
El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial, nos dice el papa Francisco. "Cristo, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta".
‘Sé valiente, la misión te espera’, es el lema del Domund de este año.
A cada uno de nosotros, por el bautismo, se nos ha confiado la misión de ser misioneros valientes de Jesucristo en medio de nuestra vida. Ser valiente significa salir de nuestra comodidad para encontrarnos con el otro y llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio; ser valiente es dejarme involucrar y comprometer; ser valiente es sentirme responsable de la misión y colaborar con la oración y económicamente; ser valiente es responder a la llamada a implicar mi vida en la evangelización universal. “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (Evangelii gaudium, 273). No busquemos justificaciones fáciles para inhibirnos. Redoblemos, pues, nuestro compromiso con la misión y las misiones.