Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
Cada año, en la mañana de Pascua resuena el anuncio: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!”. También hoy en medio del sufrimiento y del dolor por la pandemia del coronavirus –y si cabe hoy con más fuerza- hemos de proclamar esta gran y buena noticia: Cristo Jesús vive porque ha resucitado. Jesús ya no está en el lugar de los muertos. Su cuerpo roto y enterrado el Viernes Santo ya no está en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. Ya “no está aquí. Ha resucitado” les dice el Ángel (Mc 16, 6). El Ungido perfuma el universo y lo ilumina todo con nueva luz.
Jesús ha resucitado verdaderamente, triunfando sobre el poder del pecado y de la muerte. Jesús ha pasado de esta vida terrena a la vida gloriosa de Dios. Este paso es un acontecimiento real e histórico: el mismo Jesús, que padeció, fue crucificado y murió bajo el poder de Poncio Pilato, es el Señor resucitado de entre los muertos. La resurrección de Jesús no es una invención, una historia piadosa o un mito; es un acontecimiento real que sobrepasa la historia, pero que sucede en la historia y deja una huella indeleble. La luz divina ha roto las tinieblas de la enfermedad y de la muerte, y ha traído al mundo el esplendor de Dios.
La Pascua de Cristo es la razón de nuestra esperanza. Si Cristo no hubiera resucitado, no habría esperanza: la muerte sería inevitablemente nuestro destino. Pero Cristo ha resucitado y su resurrección lo cambia todo: es la savia nueva, capaz de regenerar toda la humanidad. Por ello, la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda lucha por la vida humana y por todo progreso verdaderamente humano. La última palabra no la tienen ya la muerte, el pecado o el mal, sino la Vida y el Amor de Dios.
Cristo ha muerto y resucitado por todos. Su resurrección nos muestra que Dios es un Dios de vivos, y no de muertos. Dios llama al ser humano por amor a la vida y para la vida; Dios no se olvida de su creatura ni en el dolor, ni en la enfermedad ni tan siquiera en la muerte. Dios quiere cuidemos la vida que Él nos ha dado –la ajena y la propia-; que luchemos por la salud en la enfermedad; con su ayuda y entre todos podremos superar esta pandemia. Dios quiere el bien para su creatura; quiere que viva, y que, llegado a su ocaso natural, viva para siempre, más allá del umbral de la muerte.
La historia de cada persona, de la humanidad y del mundo no está abocada a un final fatal o a la nada. La vida gloriosa del Señor es un inagotable tesoro, destinado a todos, que estamos invitados a acoger con fe. Dejémonos encontrar por el Resucitado, dejémonos llenar de la Vida, del Amor y de la Paz, que vienen de Dios y generan vida, amor, solidaridad y caridad entre los hombres. Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Él lucha con nosotros en estos duros momentos de pandemia. Feliz Pascua de Resurrección.