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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:57

Lección para el antisemita

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Pablo Royo. Humanista.

Me pregunto si hemos aprendido la lección, si no hemos tenido bastante tras la Segunda Guerra Mundial en la que se estima que hubo más de 60 millones de víctimas. Me horroriza que, todavía hoy, emerjan actitudes antisemitas en la sociedad europea.

Son las embajadas judías europeas las que alertan de la reencarnación del fantasma del Holocausto. El presidente del Consejo Central de Alemania, Dieter Graumann, califica como “los peores momentos desde la era nazi”. Y la misma Ángela Merkel comparecía ante los medios hace apenas un mes para condenar el creciente antisemitismo y promover la tolerancia en un marco en el que el conflicto Israel-Palestina desata crispación. Pancartas como “Muerte a los judíos”, “Degollar judíos”, o la quema de banderas de Israel en las que se leía “Israhell” se ven en las calles de París, o “Hamas, Hamas, judíos para el gas” en Berlín estas semanas. Me quedo sin palabras, mudo, indignado, siento una aflicción y repugnancia difíciles de describir ante estas reacciones racistas cuya exaltación, a mi juicio, se debe a un grave fracaso educativo.

Sin embargo, la reacción antijudía también se manifiesta en las redes sociales como demuestra un estudio  llevado a cabo en 2013 por la Universidad Técnica de Berlín en la que se revisaron 14.000 documentos entre cartas, faxes y correos electrónicos de odio enviados en los últimos diez años a la embajada israelí en Berlín y el Consejo Central de los Judíos en Alemania. Pero, lo más sorprendente y terrible que presenta el análisis sociológico es que el 60% fueron escritos por la clase media alemana, entre ellos jóvenes adolescentes, universitarios, abogados, sacerdotes y profesores, es decir, personas formadas y cualificadas que además  tuvieron las agallas de desvelar su identidad. Así pues, a través de las redes se movilizan y radicalizan las masas, siguiendo impactantes imágenes y hashtags de Twitter como #HitlerWasRight, que escandalizó a la sociedad judía residente en Europa, temerosa de posibles actos de violencia.

El judío ha sido desde el origen del cristianismo una etnia perseguida al no reconocer a Jesucristo como hijo de Dios. Se les acusa todavía de usureros y astutos oportunistas que se enriquecen en el comercio y las finanzas, precursores del liberalismo económico.

Desde mi objetivo, esta discriminación sincrónica viene de un recelo cultural hacia una etnia inquieta, dispuesta a cuestionarlo todo y desarrollada en la investigación científica. No es casualidad que figuras como Marx -padre del comunismo-, Einstein –ilustre científico de la Teoría de la Relatividad-,  Freud –eje del Psicoanálisis-, así como Descartes –Padre de la Modernidad-, Spinoza –precursor de la democracia moderna-, Mendelssohn –compositor del Iluminismo-, Kafka -autor existencialista-,… tuvieran raíces judías. Todos revolucionarios que crearon nuevos paradigmas. Tampoco es casual que hayan recibido un 23% de premios Nobel cuando son menos del 0,2% de la población mundial. Quizá, esta inclinación al saber se potenciara con la exclusión, pues pueden prohibírtelo todo, excepto el pensar.

Sugiero un ejercicio catártico para el antisemita: le invitaría a visitar el Campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, acompañado de cientos de judíos, familiares de las víctimas del Holocausto. Le obligaría a recorrer sala a sala el Infierno, entre miles de maletas y pertenencias amontonadas, relojes, bolas de pelo, documentos de ejecución, cámaras de gas, hornos, barracones y casetas, verjas y caminos de la muerte.

Bastaría con una lágrima para que el antisemita tras rebasar Arbeit macht frei, liberara sus miedos, se desprendiera de esa ira que sólo puede educar la emoción, ese odio acomplejado que nace de una sobredosis de  etnocentrismo que únicamente la empatía puede purificar con amor, amor a la humanidad.