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jueves, 5 de diciembre de 2024 | Última actualización: 23:11

Oquedad intelectual

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Elena Valenciano ha hecho temblar el cielo ante el despropósito arrogante de Cañete, cuando afirmó que no quiso alardear de superioridad intelectual en un debate que apenas siguió nadie. Esta buena señora, cuya mayor cualidad intelectual radica en su lengua viperina, tan hueca de conceptos como revestida de lugares comunes y pálpitos de demagogia, tiene la rara virtud de tergiversar hasta el sentido de las palabras cuando algo le sugiere que el interlocutor le ha pisado el callo de su feminismo. Hablar de superioridad intelectual no hace referencia ni al sexo ni al género, sino al intelecto.

Valenciano puede acusar a Cañete de arrogante, de engreído e incluso de sobrevalorarse narcisistamente. Pero atribuir a su machismo ese farol de mal gusto, sólo indica el complejo de inferioridad que esta mujer siente por el hecho de serlo. Detrás de reacciones tan histéricas de algunas feministas uno sospecha la existencia de trastornos de índole psicoanalítica como, por ejemplo, la mala resolución de lo que en psiquiatría de denomina complejo de castración. Algunas se lo deberían hacer mirar antes de sumirnos a todos en sus cuitas de género, que ya empiezan a resultar un tanto cansinas y que con frecuencia encubren deficiencias graves de preparación. Cuanto más histérica es la respuesta, mayor es la sospecha de que algo se quiere encubrir bajo la manta del feminismo. La primera condición para que una mujer no sea considerada inferior es que sea ella la primera en no hacerlo.

Lo que Elena Valenciano pretende encubrir con su mandra feminista es su escasa preparación intelectual, aunque sea toda una experta en estrategias y  gestión del agit-prop. Ella misma desveló su listón hace dos semanas con aquellas declaraciones sobre Jesucristo Superstar, Fidel Castro y Felipe González, todo un alarde cultural sustentado en los alfileres de la inmersión mediática, pero no en el estudio ni en la asimilación de conceptos que sólo dan las aulas y los libros, no la lectura superficial de periódicos, encima siempre cargados de ideología y  de escasa reflexión crítica. No hace falta ser un lince para captar que era a esto a lo que se refería Cañete con su desgraciado recurso a su supuesta superioridad intelectual, y no a la condición de mujer de su interlocutora. Con el espantapájaros feminista, Valenciano pretende marear la perdiz, a fin de distraer nuestra atención de su propia oquedad intelectual, que nada tiene que ver con su condición de mujer, sino con su curriculum personal.

La fanfarronada de Arias Cañete, por otra parte, pone en duda la veracidad de su jactancia, pues quien es superior intelectualmente no se pavonea de ello ni tiene necesidad de pregonarlo. Ocurre aquí como en los verdaderos liderazgos, que no son los conseguidos por imposición y por cojones, sino los que son otorgados por la masa de los liderados, desde las bases.  No es un prejuicio feminista el que ha revelado Cañete, sino algo que como socialista le debería preocupar más a doña Elena. El espíritu elitista y de clase superior. A ver si nos enteramos, señores del PSOE. No me extraña su escaso gancho electoral.