Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
Mientras Europa sea un conglomerado de provincias sufragáneas de Estados Unidos, lo vamos a tener complicado para afrontar la crisis. Lo de superarla será casi un milagro. Cuando Marino Rajoy se frotaba las manos sin limpiarse las gafas, se apalancó la burra de la economía. Hemos vuelto a las andadas, a pesar de haber medio hecho los deberes. La deuda continúa disparada.
Primero era la exportación quien iba a tirar del carro, y casi lo parecía. Europa se resfrió otra vez en recesión y a nuestra exportación, más de servicios que industrial, le entra la tiritera. Alemania, que fue muy solidaria cuando la reunificación de la Federal con la RDA, no lo es ahora con los países de la periferia mediterránea. Entonces se trataba de alemanes, y ahora no. Que se las arreglen las tribus del sur, malgastadoras y poco hacendosas. Y algo de razón tienen al aplicarnos tales calificativos.
Pero he aquí la debilidad de este bodrio llamado Unión Europea. Con una unidad monetaria, sin unión fiscal ni bancaria, esto es como un corral de la Pacheca, pero a la europea. Pervive en el subconsciente colectivo el atavismo de los nacionalismos decimonónicos. No hay salida de esta situación mientras no sea una realidad la nacionalidad europea. Sólo con la constitución de un Estado Federal Europeo será eficaz el actual entramado institucional de la Unión Europa, que ahora sólo se mira en la ineficiencia de su ombligo, que quiere pero no puede.
Le ocurre ahora a Europa lo mismo que a los españoles del siglo XIX. Mientras los países más avanzados se subían al tren de la Revolución Industrial, en España volvimos a las andadas, sacando otra vez las hondas de Viriato para desangrarnos, en vidas y en pesetas, en las banderías de isabelinos y carlistas. El antiguo Imperio Español se fue al garete, mientras otros tomaban la iniciativa en todo allende los Pirineos. En el concierto de la nueva economía mundial Europa es en el XXI lo que fue España en el XIX. Seguimos aferrados a los nacionalismos de los viejos estados europeos sin que nadie se atreva a dar alumbramiento a los Estados Unidos de Europa.
Si esta falta de lucidez nos remite como europeos a esquemas decimonónicos, el empecinamiento de los nacionalismos separatistas de vascos y catalanes son un regreso a Atapuerca. Más nos hubiera valido a todos haber invertido todas esas energías centrífugas en un movimiento centrípeto europeo, subsumiendo los viejos estados y los nacionalismos atávicos en una joven nacionalidad europea. Todo lo que no sea ir en tal dirección es mear fuera del tiesto. Da igual hacerlo en euskera, catalán, español o en alemán. Quince años de unión monetaria exigen ya la unidad política para que Europa exista. En caso contrario, el proyecto amenaza ruina.