Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
El imán de Castellón acaba de dirigirnos un llamamiento a no tener miedo de los musulmanes, ya que le suya es una religión de paz y nada tiene que ver con el terrorismo islámico. No tenemos miedo. Pero hay que decir con toda lealtad que están bajo sospecha. La misma imagen de la entrevistadora cubierta con el velo echa por tierra todo el mensaje de armonía que nos quería transmitir el imán.
Están bajo sospecha porque hasta el presente los musulmanes han dado pruebas de ser incapaces de vivir su fe en el seno del estado laico, como son los estados europeos. También digo en su descargo que no son pocos los católicos españoles que muestran esta misma incapacidad y quieren someter la legislación civil a los principios religiosos. Se trata de actitudes fundamentalistas. El fundamentalismo, propio de las llamadas religiones del Libro, se caracteriza por leer al pie de la letra e interpretar los textos sagrados al margen de su contexto histórico, queriendo imponer como contenido de la fe religiosa –depositum fidei, en expresión de los teólogos cristianos- lo que sólo son expresiones culturales de una determinada época y geografía. Confunden la cáscara con el fruto. Es así como los musulmanes pretenden imponer sus costumbres culturales y geográficas bajo el pretexto de que lo exige su fe religiosa, confundiendo lo accesorio con lo fundamental. De ahí, el término fundamentalista. Es así como impiden su integración en la sociedad a la que han emigrado, igual que los judíos hacían cuando iban, deportados o por libre, a países extranjeros con el fin de no contaminarse con la idolatría de los paganos.
Mientras los musulmanes nos miren a los occidentales como infieles no nos inspirarán ninguna confianza. Toda religión con vocación de universalidad tiene que atenerse a dos principios básicos: tolerancia y adaptación de sus expresiones de fe a la cultura de la sociedad en que les toca vivir. Islam, Judaísmo y Cristianismo son religiones del Libro, Corán y Biblia, y tienen vocación de universalidad. Cuando dejan de adaptarse a las formas culturales de los diferentes países se convierten en un peligro público y una amenaza a la paz social al ser generadoras de ghettos, que son la fuente de inadaptación y de los odios culturales y racistas.
Si de verdad quieren inspirarnos confianza, han de ser los musulmanes no violentos quienes deben ponerse al frente de la manifestación. Es a ellos a quien corresponde el delicado papel de distinguir y separar entre Islam y terrorismo, no es misión de los gobiernos hacerlo. El fundamentalismo cristiano fue en su día causante de guerras religiosas, persecución de los infieles, inquisición de los herejes y toda una sarta de violaciones de los derechos humanos bajo la lectura fundamentalista del Dios de los ejércitos de que habla la Biblia. Hemos tenido que contextualizar lo escrito y reinterpretarlo a luz del espíritu evangélico. La letra debe estar sometida al espíritu, no al revés. Hay que separar el grano de la paja. Los musulmanes tienen ahí toda una ingente tarea de discernimiento. Cuanto antes se pongan a ella, antes confiaremos en ellos.
De todas formas, y como consecuencia de lo anterior, las agresiones del Estado Islámico y de Al Qaeda, son toda una declaración de guerra de guerrillas. No es ya una cuestión religiosa ni cultural. Tampoco se trata ya de una cuestión de orden público. Nos hallamos ante un asunto de naturaleza militar. Es hora de ejercer ya el derecho de legítima defensa. Pero ese es otro asunto.






























