Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
El presente con ansias de futuro de Podemos está en trance de quedarse en un condicional Podríamos y, en el peor de los casos, en un nostálgico Hubiéramos Podido, que supondría con más pena que gloria la expresión de un estrepitoso fracaso, en el supuesto de confirmarse ciertas alarmas que su indiscutible líder ha ido despertando desde su éxito electoral. Me refiero a sus enconadas defensas de la ‘democracia’ bolivariana, su tránsito ‘místico’ de Lavapies al Ritz, ciertos modales de seguir paciendo en el sistema de las listas cerradas y, lo que es más grave, repetir los tics de los partidos de la ‘casta’, que ante la difusión de supuestas calumnias amenazan siempre con querellas que, a la hora de la verdad, jamás se sustancian, dejando en el aire la impresión de ser cierto lo que los injustamente calumniados niegan. Me refiero a la denuncia aparecida en algunos medios según la cual la movida de Podemos habría sido financiada por Venezuela. Pablo Iglesias amenazó con querellarse, con el fin de defender su inocencia. No me consta que, a fecha de hoy, lo haya hecho.
La semana siguiente al 25-M saludé desde aquí el nacimiento de un nuevo líder, y sigo creyendo que lo es. Pero me alarma que tan tempranamente se haya desvanecido el duende de su luna de miel, por los numerosos gestos que empiezan a poner en entredicho que la cacareada nueva forma de hacer política empieza a tener el sabor de lo ya visto y dar la impresión de ser más de lo mismo. Siguiendo con el símil amoroso, me viene a la memoria el bolero Éramos distintos de Café Quijano, donde se describe la sensación de singularidad que una pareja de amantes tienen de si mismos y de su relación, hasta que un día descubren con toda crudeza que cada vez que se decían que “éramos distintos, no era la verdad. Éramos igual que los demás”. Sería el desastre de Podemos que su novedad sólo fuera una quimera y, en tal caso, un desatino.
No sé qué pasa con los grandes líderes, pero suele ser frecuente que su conciencia mesiánica de ser los elegidos para dirigir a todo un pueblo les transforma, de ser personas normales, en unos perfectos Narcisos, que se miran en su reflejo proyectado en las aguas. Son únicos y no soportan rivales. Iglesias acusó a Felipe González de ser ‘casta’ y Felipe se revolvió iracundo, en un reto muy poco elegante al querer medirse el viejo con un joven que todavía ni tiempo ha tenido de demostrar nada. Tal vez molesta al líder de pelo cano que otro más joven venga, en nombre de ideales similares, a ocupar el trono del que todavía el socialista no se sentía destronado, pues ni Zapatero ni Rubalcaba le hicieron sombra en ningún momento. El chico de la coleta, en cambio, amenaza con archivarlo, tanto a él como a su partido. Por otra parte, y siguiendo en la onda de protagonismos narcisistas, la guerra por el mando entre Iglesias y Juan Carlos Monedero recuerda mucho a la de González y Alfonso Guerra. Igual que aquí, uno aporta la imagen y la fotogenia, y otro, la materia gris y la estrategia.
La entereza y aplomo de Pablo Iglesias ante el exaltado camarero del Ritz tenían más del cinismo de quien se siente ya revestido de poder que de la seguridad en si mismo y en su inocencia ante las invectivas airadas de quien le estaba acusando de connivencia con el régimen bolivariano. Nada menos. Lo del Ritz fue todo un patinazo del líder de Podemos. Creo que no se dio cuenta, pero alguien le puso las alfombras del hotel precisamente para que patinara al enredarse con ellas. Les suele ocurrir a los plebeyos cuando se adentran en honduras palaciegas. Veremos en qué queda esa conjugación del verbo poder.