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miércoles, 4 de diciembre de 2024 | Última actualización: 19:45

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Este país ya no necesita comentarios. Mi intención inicial, ante el aturdimiento de una sociedad que ya no está para cuentos, era dejar en blanco este espacio, sin comentarios. Aquí hace falta acciones enérgicas, que nuestros políticos son incapaces ni siquiera de plantear. La monarquía, mal que bien, ha sido la única institución del sistema que se ha sabido adaptar. Del resto de nuestro entramado constitucional, nada de nada. Siguen en el navajeo y en las luchas intestinas, mientras el cuerpo social se desangra. Uno se imagina el desengaño de un Amadeo I, cuando ante una situación similar de entendimiento imposible, se volvió a su Saboya diciendo aquello de que los españoles éramos ingobernables. Yo hubiera añadido, como fórmula de expresar el cabreo: ‘que os gobierne el coño de la Bernarda’, que es siempre un mal gobierno, como se demostró en las dos repúblicas y en las dos dictaduras que más tarde sufriríamos.

Las nuevas redadas de la Fiscalía Anticorrupción no destapan nada que no supiéramos. Estamos no ante nuevos hechos de corrupción política y económica, sino ante la mierda removida de pasadas mordidas y abusos del poder en beneficio particular y/o partidista. La propia Fiscalía está también bajo sospecha. Porque corrupción no es solo meter la mano en la caja. También lo es meter la mano en los expedientes judiciales y mecer la cuna del desencanto ciudadano como instrumento de agitación social y política, administrando tiempos electorales y sinergias judiciales, según convenga a las distintas facciones de facciosos que nos gobiernan. Sabían lo de Pujol, pero lo callaron mientras convenía y lo remueven cuando interesa. También eso es corrupción. La Fiscalía Anticorrupción, como el tabaco que impregna su olor en los vestidos del fumador, lleva la marca indeleble de los Jiménez Villarejo, cuyo apadrinamiento del prado de Podemos es público y notorio. Resulta curiosa la compota de la última redada con ingredientes populares trufados de aliños socialistas. Está todo muy bien proporcionado, como para no levantar sospechas. Pero a uno le resulta más que sospechoso que la Audiencia Nacional no descienda al sur de Despeñaperros y tenga que ser una jueza territorial la que lidie con asuntos que más bien son competencia de Anticorrupción.

También es corrupción el control que la política ejerce sobre la judicatura. Aquel aprendiz de brujo llamado Alfonso Guerra que asesinó a Montesquieu tenía razón cuando afirmaba que en veinticinco años a España no la reconocería ni la madre que la parió. Ahí estamos. Esa madre era nuestra Constitución del 78, que entre tirios y troyanos la han dejado obsoleta y hecha unos zorros. Ni España se reconoce ahora en la Constitución, ni la Constitución reconoce a la España que parió con fórceps en el parto de la Transición, en cumplimento de la profecía de ‘mienmano’.

También es corrupción prometer regeneración como hizo Aznar y, una vez en la Moncloa, pasar página, de lo dicho nada, hablar en catalán en la intimidad y aceptar esquiroles (Piqué y Eduardo Serra) en su primer gobierno, auspiciado por Pujol como correa de transmisión de Felipe González con el fin de tapar sus vergüenzas y delitos que jamás se investigaron.

También es corrupción prometer como hizo Rajoy en campaña electoral la independencia de la judicatura, y, en su lugar, dejarla más subyugada a los pactos corruptos de los partidos que caciquean, en cuyo sanedrín están también quienes van de víctimas, Ciu y PNV. Nos han quitado la fe en la judicatura. Ese es el mayor grado de corrupción, porque han llevado al pueblo español a creer que ya no estamos en un estado de derecho, eso que tanto temen que nos vengan a arrebatar si un día gobierna Podemos. Nos infunden miedo con lo que ellos ya han hecho. Menuda jeta.