Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
Acabo de leer, de dos tirones, La gran desmemoria. Ni es tan fiero el león ni Pilar Urbano pretende cargarse la monarquía. No parece que la autora invente hechos ni sea pasto de alucinaciones. Al contrario, aporta el aparato crítico propio de un libro de historia y fundamenta sus afirmaciones citando en todo momento sus fuentes. Salvo que éstas engañen o sean erróneas, hay que creer a la periodista de raza que es Urbano, y que oficia aquí de historiadora.
El relato se centra en lo más correoso y crítico de la Transición, que va de la muerte de Franco al 23-F. Ni menoscaba la figura del Rey ni, menos todavía, la de Suárez. Reconstruir los hechos, aún a riesgo de desmentir las versiones oficiales, no supone un atentado contra la institución monárquica. Al contrario, viene a ser como una terapia colectiva conocer lo que en verdad sucedió y aclarar todas las dudas sobre el intento golpista. Peor es la sospecha, generadora de fantasías, que la verdad desnuda. Me viene a la memoria Margaret Thatcher con el incidente de Gibraltar. No entiendo el comunicado de la Casa Real. Si ésta se obstina en seguir refugiada en Numancia, malos asesores tiene el monarca.
A mi parecer, tras esta lectura, la figura del Rey sale fortalecida, precisamente por haber sido desmitificada y acercada al común de los mortales. Si se dice de Dios que escribe recto sobre renglones torcidos, no menos cabe afirmarlo de los humanos, que fuimos creados a su imagen, aunque vete a saber quién es imagen de quién. Juan Carlos de Borbón no es un superman ni un genio irrepetible. Estuvo sometido a todo tipo de presiones y desde todos los ángulos. Incluso fue objeto de manipulaciones tan viles como desleales. No importa que en algún momento escribiera torcido si, al final, acabó escribiendo recto. Y su escritura rectilínea y definitiva fue transitar azarosamente de una dictadura, que se resistía a morir, a una democracia que no sabía qué senderos seguir. Es ésta una conclusión diáfana para quien lea con inteligencia la obra de Pilar Urbano. Con razón ha dicho la autora que de ninguna manera pretende cargarse al Rey.
Lo mismo cabe decir de la figura de Adolfo Suárez. Resurge engrandecido de un olvido colectivo, y el pueblo, con sabio olfato, ha dado muestras de reconocimiento a quien sin duda fue el piloto de aquella carrera frenética, y que en algún momento tuvo las agallas y la lucidez de enfrentarse a su entrenador. De ahí las desavenencias y los desencuentros. Que ahora el hijo de quien fuera presidente arremeta contra Pilar Urbano, acusándola poco menos que de denigrar la figura de Suárez, solo resulta entendible desde el desconcierto que produce el vacío que deja un padre y del recurso psicoanálitico de transferir en la persona del Rey la piedad filial que se queda huérfana y sin objeto de adoración.
Por duro que resulte el conocimiento de los hechos de nuestra historia reciente, será una prueba de madurez democrática aceptar la verdad histórica sin dramatizar más lo que de por si ya fue bastante drama cuando acaecía. Hay que empezar a leer nuestra historia con ojos de benignidad y espíritu magnánimo. Como decía el canto de la época, libertad sin ira. Y mirar atrás sin ira y sin miedo, añado yo. Así fue posible la Transición. Sería un fiasco, que después de haber transitado lo más peligroso, regresáramos a los odios atávicos y enfrentamientos cainitas. Leer este libro me ha supuesto un ejercicio de terapia.