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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Vasallos, que no clientes

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Resultaría prolijo en tan breve espacio exponer aquí los rasgos feudales que hoy perduran en todas las grandes corporaciones económicas y que son depositarias de las esencias sagradas de la aristocracia. Me limitaré a un solo sector, el ahorra llamado de las telecos. Los hábitos y modales son los mismos en los sectores financieros, industriales, de alimentación o de servicios básicos, y en otrora públicos.

La guerra por el cliente y la captación de su consumo lleva a las telecos a avasallar la intimidad de los hogares con llamadas de reclamo publicitario –y hasta ofensivo- efectuadas por robots programados; o son llamadas personalizadas,  efectuadas por una voz con acento sudamericano, que es el nuevo mercado de esclavos de ultramar con el sacro objetivo de abaratar costes. Es así como el noble de hoy invade desde la distancia un domicilio que se suponía inviolable y donde habita un posible vasallo necesitado de consumir los servicios de telecomunicación que ofrecen las diferentes familias patricias.

A diferencia de la antigua aristocracia feudal, la nueva nobleza se ampara en la bolsa, que es el sello que da pátina nobiliaria a los negocios de ahora. Todo negocio que no cotiza en bolsa es un don nadie, salvo escasas sagas familiares que se permiten el lujo de no necesitar capitalización, pues ésta la aportan los propios clientes pagando al día y los proveedores cobrando al año. En las cotizadas, en cambio, hay que distinguir entre la aristocracia, que es quien controla el negocio y se lleva las ganancias vía sueldos y prebendas, y el accionariado llano que invierte allí sus ahorrillos en busca de algunas migajas que siempre caen de la mesa del señor. Capitalismo popular llaman a eso.

Pues bien, esas corporaciones que se capitalizan con los ahorros de los nuevos artesanos y menestrales son las que tratan a sus clientes como si éstos fueran vasallos. Lo de las telecos es de escándalo. Para ser empresas que se dedican a la telecomunicación hay que ver lo bien que se incomunican ellas mismas creando un foso a su alrededor que el cliente no pueda traspasar ni siquiera para indicar que se quiere dar de baja. Se encierran en su ciudadela y, salvo el fantasmagórico teléfono de atención al cliente, no hay ni un mísero correo electrónico a donde dirigirte. Si quieres hallar su dirección postal, debes contratar a Sherlok Holmes para que te la averigüe. No exagero. Hasta el propio Ministerio de Interior ha tenido que habilitar una guía para usuarios con el fin de facilitar a los sufridos vasallos las direcciones de sus señores. Pero es una guía burlada. Cuando pinchas en la dirección del correo, hallado como un tesoro, se te redirige a la web de la compañía, de la que estás hasta las narices de tanto verla y de bucear en ella. Con la ayuda del Ministerio de das de bruces contra la misma opacidad y ostracismo donde se refugia el señor feudal, que no quiere dar la cara.

Es como el derecho de pernada. El noble tiene la atribución de invadir tu hacienda y hogar, avasallar con su publicidad machacona y tediosa,  sin que el vasallo tenga el más mínimo derecho de audiencia. Como en el feudalismo medieval, la audiencia no es un derecho del vasallo, sino una gracia del señor. En consecuencia las telecos se quieren volver graciosas y razonables concediendo audiencia a sus vasallos, pero siempre pasando por sus filtros cuando ellas y como ellas quieran. El vasallo solo pulsa la tecla para decir si o decir no. No tiene iniciativa.