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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:57

Asesinatos políticos

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Pedro Tejedo. Abogado.

Este pasado fin de semana se cumplieron 17 años del vil asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco por parte del terrorismo nacionalista de ETA. Y sí, claro está, fue un asesinato político. En ocasiones estas palabras se malinterpretan y ello porque cada vez más en el debate público sobre el terrorismo se llaman a las cosas por los nombres que no son, en memorable frase de Pilar Ruiz, madre de Joseba Pagaza.

Lo que más me sorprende es que en un momento como el actual en que todo lo que suena a política es inmediata y, en ocasiones, injustamente descalificado, parece, sin embargo, que lo único que en política goza de cierto pedigrí es el asesinato, y así ante un asesinato reaccionamos indignados, pero ¡ojo! que si al asesinato le añadimos el calificativo de político ¡tatachán! entra en juego el matiz, la explicación, ¿la justificación?.

Entonces, ¿hay alguna diferencia entre el asesinato en general y el asesinato político? Pues sí, evidentemente, tienen razón los del matiz. Éste consiste en que en una democracia, por ejemplo la española, el asesinato político no sólo tiene como víctima al asesinado sino al conjunto de los ciudadanos que componen esa comunidad política democrática. Más claro aún: a usted, si es demócrata, claro,  a mí, a todos nosotros.

Ese matiz, que convierte en una democracia el asesinato político en un acto más grave y pernicioso que un asesinato común, debe conducir a que la respuesta de la comunidad política sea distinta en uno u otro caso. No voy a entrar en el debate de la respuesta penal y penitenciaria  de las que se habla mucho, incluso demasiado. Sólo decir al respecto que el que los asesinatos tengan motivación política, nacionalismo en el caso de ETA, o motivación religiosa, islamismo en el caso del terrorismo yihadista, no convierte a unos en delincuentes políticos y a otros en delincuentes religiosos; ambos son en una democracia delincuentes comunes. Se trata de una obviedad pero que creo que es necesario señalarla tras años en que el PPSOE se ha dedicado a ahormar la mentalidad de los ciudadanos, y no para bien.

En qué debe, pues, concretarse esa distinta respuesta de la comunidad democrática ante asesinatos de motivación política como los perpetrados por ETA en un momento como el actual en que la organización terrorista ha dejado de atentar, aunque no se ha disuelto.

En primer lugar en considerar absolutamente insuficiente la derrota policial de ETA. La motivación política de los asesinatos de ETA es precisamente lo que exige que una democracia digna de tal nombre luche hasta lograr la derrota policial, sí, pero también inexcusablemente la derrota política, social y moral de la organización terrorista.

¿Y cómo va esa lucha entre la democracia española y el terrorismo nacionalista? Señalo unos datos objetivos, aunque en España como decía Ortega se discute hasta el dato: los filoetarras gobiernan desde mayo de 2011 el Ayuntamiento de San Sebastián y otros muchos municipios, así como la Diputación de Guipúzcoa; desde noviembre de 2011 cuentan con 7 diputados en el Congreso de los Diputados; en las elecciones autonómicas vascas de 2012 lograron 21 diputados, segunda fuerza del Parlamento Vasco, y en las pasadas elecciones europeas fueron la fuerza política más votada en Álava y Guipúzcoa. Son datos objetivos que dejo a su interpretación y sobre los que no hago comentario alguno (No digo na y te lo digo to, que diría Vicentín en La hora chanante)

Con esta tendencia una posible conversación en Bilbao el año 2024 podría ser:

-  Oye Patxi, dime dónde estás y voy a buscarte.

-  Estoy en la avda. Lehendakari Otegui esquina calle Rajoy ( o Zapatero, tranquilos)

¿Injusto? ¿Exagerado? Puede, pero quizá me voy un poco de año y también es posible que Rajoy y Zapatero no estén en el callejero porque quizá los nacionalistas no pagan traidores.

En segundo lugar, y para evitar que esa conversación pueda ser algún día real, ese compromiso con la derrota política, social y moral de ETA por parte de la democracia debe ser asumido, interiorizado, impulsado y protagonizado por todos los ciudadanos demócratas. Hoy, ese compromiso no aparece entre las prioridades de la ciudadanía y supone un logro del PPSOE, binomio del que la gente habla muy mal sin darse cuenta de que lleva décadas ahormando su mentalidad y de que nada sirve maldecir a la bipartitocracia y dejar de votarles si seguimos pensando lo que ellos nos han venido inoculando durante años.

En efecto, el PPSOE ha ido inculcando en la mentalidad de los ciudadanos que la derrota policial de ETA, que ETA deje de matar sin disolverse, es suficiente para la democracia y que sólo las víctimas de ETA, quienes han sufrido directamente sus crímenes, pueden no contentarse con ello por el enorme dolor personal que han sufrido, y eso cuando no se les ataca acusándolas de buscar la venganza. Pues bien, debemos rebelarnos contra esa dejación de responsabilidad a que nos invita el PPSOE y criticar el abrazo del oso que han dado a las víctimas.

Afortunadamente se habla mucho en los últimos tiempos de regeneración democrática, pero se hace sólo con referencia a los partidos políticos y, sin embargo, la misma debe comenzar por nosotros mismos, los ciudadanos, pues no olvidemos que en una democracia finalmente somos nosotros quienes con nuestro voto decidimos el gobierno del país; ni Zapatero ni Rajoy han dado un golpe de estado ni han venido de una galaxia exterior, han recibido los votos de once millones de ciudadanos, conviene no olvidarlo.

Pues bien, no es posible lograr esa ansiada regeneración democrática sin que los ciudadanos lleguemos al convencimiento de que debemos protagonizar y encabezar la victoria política y social frente al terrorismo nacionalista. Será una victoria de la democracia y, por lo tanto, las armas a emplear serán la ley, el estado de derecho, la defensa de los derechos humanos y de la libertad, los valores y principios democráticos, la argumentación lógica y racional; será una victoria de la palabra y de la razón, una victoria que tendrá la belleza gris propia del ejercicio rutinario de la democracia.

Termino. Cuando reflexionemos sobre cómo debemos afrontar el final de ETA quizá no sea mala idea parafrasear a Clinton y decirnos: ¡es la democracia, estúpido!