Rafa Cerdá Torres. Abogado.
Lamento aguar la fiesta en estos días de disfrute estival por excelencia. No vengo a hablar sobre la espectacularidad de un paisaje selvático, ni sobre el disfrute de una exótica aventura, fruto de un viaje con destino a algún paradisíaco trópico del sur del planeta. El único viaje que permite la cruda realidad nos da de bruces con nuestra propia impotencia, y desgraciadamente me refiero de nuevo al drama de la inmigración.
En la francesa localidad de Calais, al borde del Canal de la Mancha, centenares de personas indocumentadas, sin refugio alguno al que acudir, y escapando de una muerte segura en sus países de origen (Siria, Irak, Sudán, Yemen, Nigeria,...una lista de la infamia demasiado larga), han construido sobre los límites de un antiguo vertedero, un campamento conocido a nivel mediático como ‘La Jungla’. Si en un vertedero se deposita la basura y los desperdicios, en este conglomerado de chabolas, tiendas de campaña y precarias cabañas, se amontonan toda una serie de personas que no saben a dónde dirigirse, y sin que las autoridades competentes tampoco encuentren ninguna solución inmediata más allá de reforzar las medidas de seguridad tanto el lado francés del Canal como en los puertos de llegada del litoral británico.
Por una vez, no estamos hablando de asaltos a las vallas de seguridad que circundan las plazas españolas de Ceuta y Melilla, tan propicias para lacrimógenos discursos de los siempre bienintencionados buenista de turno, en forma de Comisario de la Comisión Europea de turno, o de una bien subvencionada O.N.G. Las condenas que desde muchos sectores de altos discursos y escasa realidad, se lanzan contra el Gobierno español (mejor si es ocupado por el Partido Popular) en materia de inmigración y de la política de seguridad fronteriza, se tornan susurritos a la hora de formular las mismas críticas contra los gobiernos francés y británicos. Se ve que la falta de complejos de esos mismos gobiernos cuando se trata de proteger sus fronteras, no deja mucho margen de maniobra a los salvaplanetas de turno.
Pero el espúreo sesgo político que se imprime al fenómeno de la inmigración, no debe permitir que se pierda la perspectiva del tremendo y complejo drama que se vive por personas, todas ellas con un drama a la espalda, y sin más seguridad que el suelo que pisan. No tengo la solución a una descomunal tragedia que cada día arrastra a millones de personas a lo largo y ancho del planeta a huir de sus hogares, prácticamente sin nada, ante el peligro de una muerte inminente. Grande es el problema y amplio el elenco de soluciones. La realidad que cada día llama a la puerta en Calais, en Ceuta y en Melilla, y en tantos puestos fronterizos de Europa, no debe ser obviada. De lo contrario, corremos el riesgo de convertir este pequeño planeta, en un mundo donde la civilización y sus valores (dignidad, igualdad, libertad,...) no sean más que pura retórica; y acabemos abocados a la simple ley del más fuerte: la ley de la jungla.