Rafa Cerdá. Abogado.
Apenas el nuevo año inicia su camino, y confieso mi total agotamiento. No puedo. No aguanto. No lo tolero. No lo acepto. Es más fuerte que yo. Me supera. Juro que lo intenté desde el último toque de las doce campanadas el pasado 31 de diciembre. Esta vez sí. 2018 será diferente. Así daba comienzo la apasionante carrera de 365 jornadas. Cargado de ganas, energía, ilusión y empuje. Ni al temprano umbral de quince días, en realidad muchos menos, ni al Roscón de Reyes llegué.
Y por desgracia no hablo de la típica lista repleta de buenos deseos que aspiran a convertirse en hábitos, y como mucho, alcanzan la categoría de ilusión. No. Me refiero a esa cruda realidad que nos dispara con su abundante cabellera desde Bruselas, y no justamente flechas capilares, esa cansina realidad encarnada en el cesado Presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. Mi personal propósito en este año tan jugoso a nivel informativo, consistía en apartar lo más lejos posible mi foco de atención de tan ínclito personaje, y únicamente prestarle un obligado interés en la medida en que su actuación política se tradujera en realidades políticas concretas y contrastables.
Pues va a ser que no.
El fugitivo dirigente catalán persiste en su ausencia bruseliana, y a golpe de mechón capilar (me reitero en esta figura, debe ser mi ausencia de vello craneal, mala es la envidia) sin dejar de soltar paridas plasmadas en titulares (perdonen pero la vergüenza política la perdió tiempo atrás), Puigdemont y secuaces nos agobian con sus algoritmos jurídico-político-chorriles sobre si puede ser investido de nuevo como Presidente de la Generalitat a través del procedimiento parlamentario establecido al efecto pero permaneciendo ausente. ¿Y ello cómo se come?, pues no lo saben ni quienes lo justifican; el nivel de elucubraciones a fin de salvar la carencia física de candidato presente planteada por el bloque independentista alcanzaría la categoría de disparate si la entidad del problema no se correspondiera con el Gobierno de una de las principales regiones de Europa.
Mientras los defensores de la virtual República Catalana amagan su profundo estado de ansiedad por las consecuencias judiciales de sus actos les van a acarrear (lo siento de nuevo pero la ley o se aplica igual para todos o se trasforma en arbitrariedad), mareando la perdiz con no tan ficticios exilios/ausencias/vaya-usted-a-saber-qué, yo me desgarro por dentro. Quería dejar el vicio de tratar la sempiterna ‘cuestión catalana’, intentando entretenerles con otros temas (los fusilamientos musicales que perpetra Leticia Sabater cada verano por ejemplo) pero como he relatado al principio no puedo. Me supera.
En fin, reconociendo mi debilidad, voy a intentar ponerle remedio aplicando medios contumaces; quizás me atreva disfrutando con la discografía entera de Leticia Sabater (la Salchipapa va más allá de toda experiencia visual o melódica), igual la antigua musa de la infancia me provoca un cataclismo neuronal gracias al ‘high level’ de sus canciones y acabe obviando al ausente Puigdemont.
A ver si entre todos conseguimos un 2018 un poco mejor, aunque sea al ritmo de Leticia Sabater.