Rafa Cerdá. Abogado.
Vengo observando durante los últimos tiempos un doble juego que, si bien aparece contradictorio entre sí, en realidad constituye las dos caras de la misma moneda: por un lado la desafección popular frente a los dirigentes políticos y, por otro, la creciente politización de cualquier controversia de tipo social o histórico.
La gente está harta de los desmanes cometidos por un grupo de sinvergüenzas en casos de corrupción por todos conocidos, lo que comporta que la opinión colectiva sobre los partidos políticos sea nefasta, pero temas como la Guerra Civil y su tan traída ‘Memoria Histórica’, la finalización del terrorismo de ETA o la cuestión catalana se vean escorados a una descarada utilización para el enfrentamiento. Únicamente desde un determinado sesgo político se permite ‘entrar’ a considerar temas tan candentes, so pena de recibir gruesos calificativos procedentes de bien subvencionados (y mediáticos) grupos de presión.
Es decir la política se rechaza, pero enseguida se recurre a ella como excusa para constreñir cualquier debate en temas como mínimo complejos. Estos días pasados hemos asistido a un episodio de estas características, la defenestración de Pedro Sánchez como Secretario General del Partido Socialista se narra por el propio afectado en el transcurso de una entrevista con Jordi Évole en la Sexta, como fruto de una operación maquiavélica orquestada por personas e intereses ajenos a su organización política. Sin darse cuenta que la realidad supera a la conspiración.
España ha perdido casi un año mientras el señor Sánchez era incapacidad de articular una mayoría de gobierno alternativa al Partido Popular. Dentro del ideario político de sus potenciales aliados, se contenían aspectos (derecho de autodeterminación a Cataluña por ejemplo) incompatibles con la propia esencia del PSOE, aparentemente un partido de Estado y no de territorios.
Mucha reunión, mucho encuentro y nulo resultado en la operación de conformar un ‘Gobierno alternativo’ desde el pasado mes de febrero: nada. Y esa manifiesta incapacidad del señor Sánchez se ofrece por él mismo como una anomalía al sistema, una pseudo eventualidad tan progresista, tan transparente y tan de todo que murió sin haber pasado de una mera especulación.
Dentro de sus reflexiones televisivas, el ex Secretario General socialista olvida los retirados leñazos electorales sufridos por su Partido cuando él ejerció como líder, ni el lamentable espectáculo dado por el Comité Federal el día 1 de octubre, donde poco faltó para llegar a las manos. Toneladas de bochorno que se borran de un relato político absolutamente fracasado.
El pasado viernes se conformó el nuevo Gobierno presidido por Rajoy, y lo único que ha podido ofrecer la gran esperanza ‘alternativa’ (entiéndase Pedro Sánchez) ha sido una conspiración, orquestada por unos medios de comunicación que mientras le bailaran el agua, eran estupendos, amén de unos intereses financieros que nunca antes fueron mencionados por el ex líder socialista, ¿casualidad o causalidad?. Yo diría que simple criterio de oportunidad, o contar la película conforme.
A modo de traca final, el señor Sánchez soltó al sorprendido Jordi Évole que mientras reclamaba un PSOE ‘autónomo’ del Partido Popular, no tenía ningún problema en abrir un diálogo ‘de tú a tú’ con Podemos, cuyos diputados jalearon a elementos como Gabriel Rufián de Esquerra Republicana de Catalunya, y a Oskar Matute de Bildu en sus lapidarias arengas contra el PSOE durante la sesión de investidura celebrada en el Congreso de los Diputados el pasado 29 de octubre. ¿Semejantes compañeros iban a ser puntal de la ‘mayoría alternativa’?
Se impone la realidad y el trabajo, desechando estrategias políticas cuajadas de discursos de altos vuelos pero sin ningún tipo de aval de gestión. La imagen de Pedro Sánchez oscila entre un político repleto de ambición pero sin capacidad de maniobra, y la de un líder al que la realidad sencillamente le molesta. En todo caso, él no tiene culpa ninguna de sus fracasos: la culpa recae en la conspiración. ¡Qué hacha!...