Rafa Cerdá. Abogado.
Comienzo estas líneas con una pregunta: ¿Cómo se describe un acto de suicidio colectivo perpetrado por una organización política a través de su máximo órgano ejecutivo? ¿De qué forma se explica el bochorno de contemplar a 253 personas reunidas en un cónclave durante once horas, sin más actividad que enzarzarse en una espiral de reproches, insultos y enfrentamientos personales? ¿Qué se puede decir ante un grupo de personas que esgrimen a todas horas términos tales como pluralidad, debate, trasparencia, respeto, diálogo...mientras que en su propia organización se aplica la división de bloques, el enfrentamiento de grupos y la imposición de criterios?
El 1 de octubre de 2016 el Partido Socialista Obrero Español escribió la página más obscura de su reciente historia. Una jornada en la que el Comité Federal del Partido debía solventar la crítica situación originada tras los últimos debacles electorales sufridos por las siglas socialistas, junto a la dimisión de la mitad de los integrantes de la Ejecutiva liderada por Pedro Sánchez. El enroscamiento del Secretario General y sus fieles a la hora de cambiar su errática línea de actuación política, junto con la brutal presión ejercida por la Presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díez, apoyada por la mayoría de los dirigentes territoriales socialistas, produjeron un cóctel explosivo.
El resultado: el brutal choque de los dos bandos, los denominados críticos frente a los ‘sanchistas’, aliados del Secretario General, enzarzados en forma de interminable y estéril discusión en torno a cuestiones reglamentarias y de procedimiento. Básicamente sobre el modo que debía efectuarse la propia convocatoria del Comité Federal, y quienes de entre sus dirigentes se encontraban facultados para dirigirlo. Nadie dio su brazo a torcer, generando una discusión que derivó en abierto enfrentamiento. La traca final pegó su gran 'petardazo 'con la dimisión de Pedro Sánchez de su condición de Secretario General, al serle adversa la única votación de la jornada: una mayoría de 132 integrantes del Comité frente a 107, rechazaron pasadas las ocho de la tarde del sábado, la convocatoria de un Congreso exprés de la organización socialista, solución auspiciada por el dimisionario Sánchez.
El rumbo de los acontecimientos es muy difícil vislumbrarlo; todo queda en el aire, con demasiadas incertidumbres, dentro ambiente cargado de sospechas entre los distintos sectores del partido. La breve gestión de Pedro Sánchez (apenas dos años) ha sido un verdadero desastre: sangría de votos, nula política de Estado, enfrentamiento con las federaciones territoriales de su propio partido (cuyos dirigentes también han sido elegidos por sistema de primarias al igual que Sánchez), bandazos en la toma de decisiones que afectaban a la propia estructura del partido, nula capacidad de diálogo,... una verdadera cadena de despropósitos que supone una fractura en toda regla en el seno del Partido Socialista.
Como ciudadano no me gusta en absoluto la situación en la que queda el PSOE. Su colaboración a la hora de facilitar la urgente gobernabilidad del país es fundamental, y a medio plazo su capacidad de influencia en la necesaria reforma constitucional devendrá necesaria (la Constitución exige mayoría reforzadas). Hoy el PSOE afronta el reto de la supervivencia, escenario mucho más grave de gestionar que una derrota electoral. Si después del lamentable espectáculo ofrecido por su Comité Federal, el PSOE no logra recomponerse, sólo le cabrá una operación: el derribo.