Rafa Cerdá. Abogado.
En todo período y circunstancia electoral, la maquinaria de los partidos políticos procede a publicitar una serie de catálogo de buenas intenciones y mejores deseos, una especie de Catálogo de Ikea pero a lo ideológico. Una especie de cúmulo de ofertas, que dejarán al posible votante sin apenas capacidad de aliento. Le quitarán el hipo (si es que lo sufre claro está). Ese ‘catálogo’, que funciona a modo de infantil carta a los Reyes Magos, promete, que, en el supuesto de conseguir el poder, los integrantes de formación política en cuestión ejercerán las responsabilidades de gobierno con tal trasparencia, dedicación, ganas, entusiasmo y optimismo, que a uno le entra la duda si se encuentra ante unos profesionales de la cosa pública, o ante el mismísimo santoral. Ni Santa Teresa de Calcuta se volcaría tanto vamos.
Esos catálogos del buen gobierno, esas declaraciones de intenciones, los manifiestos para la regeneración, las asambleas para la fraternidad y la convivencia, y todos los inventos que se les ocurra a nuestros estupendos cargos electos (sobre todo a nivel municipal), contienen tantas promesas que los cargos públicos serán prístinos e inmaculados durante su mandato, que claramente algo falla. ¿En qué momento?, cuando el oportunismo entra por la puerta, la pulcritud de la promesa buena y bonita salta por la ventana.
¿Cuántas veces hemos escuchado por boca de políticos de ciertas tendencias, que, a la mínima sospecha de indagación llevada a cabo por un órgano judicial, sobre la gestión de un responsable político, llevaba intrínsecamente la obligación de tomar las de Villadiego? ¿Con qué cantidad de discursos nos han bombardeado alegando que la ciudadanía se merece representantes sin mácula, y que toda obstinación en permanecer en el sillón en el caso de ser llamado por un juez, suponía apego al poder además de complicidad con la corrupción? Si intentara llevar la cuenta, hace tiempo que me habría perdido (o muerto del aburrimiento).
Pero, de repente la cosa cambia, desde el mismo momento en el que los adalides contra las prácticas corruptas y los chanchullos varios se ven afectados por las mismas investigaciones que antes criticaban, la cosa cambia. No es lo mismo. ¿Por qué? Porque no. Ellos y ellas, los políticos de la nueva ola vienen del pueblo, son del pueblo y esas cosas no van con ellos y ellas. Si alguien les recuerda su flagrante contradicción a través de la hemeroteca (la letra impresa no se borra con facilidad), o en forma de anteriores declaraciones en las que se sostiene todo lo contrario de lo que ahora afirman (investigados judicialmente), esos mismos responsables se parapetan en la misma respuesta: no, no, no, no, no, no, no, no y no. No es lo mismo. Lo suyo es distinto. La presunción de inocencia ante todo (para el resto depende), y los corruptos son los otros. No es lo mismo, por favor.
Estamos ante la canción de siempre: mucha palabra, mucha promesa de diferencia, mas a la hora de la verdad, la inmensa mayoría de los políticos de la nueva ola actúan de forma totalmente contraria a lo que venían pregonando. Dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces. Más que oportunistas, son unas auténticas jetas. Y ni siquiera ha empezado la campaña de Navidad, prepárense que vienen curvas.