Rafa Cerdá Torres. Abogado.
Se celebra en Madrid durante todo este fin de semana, al igual que en distintas ciudades europeas, la Fiesta del Orgullo Gay en forma de macro fiestas, desfiles multitudinarios y manifestaciones con un tono reivindicativo siempre acompañado con un aire de fiesta. El día del orgullo rememora la jornada en que un grupo de homosexuales plantó cara a la Policía de Nueva York, cuando en una redada llena de violencia y sin soporte legal infringieron malos tratos a los ocupantes de diversos locales.
Llegado el verano, las capitales del viejo continente se llenan de personas pertenecientes al colectivo que reivindica el libre y normal ejercicio de una forma de querer distinta a la mayoritaria. Hasta ahí nada que objetar. Entiendo y apoyo todas las peticiones que vayan encaminadas a evitar toda discriminación hacia una persona, con independencia de su género, edad, raza o condición sexual, en cualquier lugar del planeta. En muchos países, ser homosexual supone directamente un grave riesgo para la vida, o como mínimo acarrear penas de cárcel además de la exclusión social y el rechazo general. Un lema que leí en una pancarta en una manifestación exigiendo el matrimonio entre personas del mismo sexo me convenció: "Mi libertad es la garantía de la tuya". Y es cierto, pero al igual que algunas corrientes del feminismo, vengo contemplando con cierta preocupación como una legítima reivindicación, se torna discurso político escorado en algunas ocasiones en verdadero sectarismo. Algunos colectivos prácticamente han cercenado cualquier posibilidad de debate frente a temas como el matrimonio entre dos personas del mismo sexo que ya he citado, o el derecho a la adopción por esas mismas parejas, tildando de homofóbos o racistas a cualquier postura distinta a la mantenida por estos colectivos. Es decir, acaban cayendo en posturas de inflexibilidad y cerrazón tan perjudiciales como las que pretenden combatir.
Es cierto que el conservadurismo ha sido el principal baluarte de conductas sociales y políticas que han supuesto discriminación, olvido y persecución contra los homosexuales. Pero la izquierda tampoco ha sido el paraíso de la libertad, en la totalidad de los países con régimen comunista los ciudadanos y ciudadanas gays cuando no perseguidos, han sido exterminados, y la socialdemocracia europea ha recogido la bandera del arco iris, hace dos telediarios escasos. Jerónimo Saavedra, ministro de los gobiernos socialistas de Felipe González hasta 1996, quien ha reconocido su condición de homosexual cuenta en sus memorias las conductas no ciertamente muy abiertas de sus compañeros de partido. O bien el silencio total que los colectivos gays mantuvieron respecto a la insinuación del veterano socialista Alfonso Guerra cuando llamó mariposón a Mariano Rajoy, si la increpación hubiera sido a la inversa, el griterío hubiera alcanzado unos cuantos decibelios de más.
Tampoco acaba de convencerme mucho la estética de los desfiles que celebran esa jornada, el culto exagerado al cuerpo, el histrionismo, la caracterización de ciertos estamentos sociales,....no encajan en una deseada convivencia en normalidad. Si lo que se desea es acabar con estereotipos y prejuicios, ¿a qué viene esa ostentación de los mismos como medio de visibilidad?. De todas formas es un análisis muy superficial, lo importante es la reivindicación de convivencia en libertad y respeto. Y si se desea levantar la voz con un aire de fiesta, adelante.
La libertad no es la vivencia de la mayoría, es la exigencia de un respeto de todos los integrantes de una sociedad que no permite que nadie se sienta rechazado por ninguna circunstancia. Hasta llegar a ese objetivo, mucho queda por hacer a los colectivos gays y al resto de ciudadanos.