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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Un símbolo de diamante

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Rafa Cerdá Torres. Abogado.

Su estatura no es mayor de 1,62 centímetros, pero su altura se erige sobre los puntos más álgidos de la Historia. En el seno de su familia recibe el apelativo cariñoso de "Lilibeth" aunque para el resto del mundo se conoce su figura como Su Majestad la Reina Isabel II, soberana del Reino Unido de Gran Bretaña y el Norte de Irlanda, así como cabeza de estado, y por tanto Reina de países tan importantes como Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Amén de una pléyade de títulos, cargos y condecoraciones. Esta mujer bajita, casi siempre encasquetada por vistosos sombreros y vestida con todas las posibilidades que los tonos pastel pueden crear, ha celebrado el sesenta aniversario de la ceremonia de su coronación allá por la lejana fecha de 1953. Coronación que no equivale a acceso al Trono, ya que sucedió a su padre el rey Jorge VI casi un año y medio antes, en febrero de 1952, es decir como reina acumula una experiencia de sesenta y un años, y casi cuatro meses.

A lo largo del pasado 2012, a lo largo y ancho del Reino Unido tuvieron lugar celebraciones populares y actos públicos festejando los sesenta años de reinado de Isabel II, en el denominado Jubileo de Diamante. Una venerable anciana concitó la mayor adhesión popular a la institución monárquica que ella encarna, que se ha conocido en la reciente historia del Reino Unido de Gran Bretaña, y ello a pesar de la crisis a la que la institución se vio sometida, a causa de la trágica  muerte en accidente de tráfico de la Princesa Diana de Gales, con el consabido  impacto sociológico que comportó a la sociedad británica.

Contingencias históricas aparte, nadie podrá discutir como a lo largo de las seis décadas Isabel II ha simbolizado un elemento de continuidad en un mundo que ha evolucionado desde el desmembramiento del Imperio Británico, la generación de los Beatles, la llegada del hombre a la Luna, el movimiento Punk, el fin de la Guerra Fría, el conflicto de los Balcanes, las Guerras del Golfo, la transformación social y cultural de Gran Bretaña,... y nadie que haya vivido todos estos acontecimientos, ha sentido que la soberana deviniera en un elemento ajeno a la dinámica histórica de cada momento.

A pesar de la evolución del sentido igualitario dentro de la sociedad, y su contraposición al principio hereditario de la Monarquía, muy pocos se han cuestionado el papel de esta mujer, espectadora única de un tramo apasionante de la Historia Contemporánea. Su larguísimo reinado se explica por su capacidad de conexión con los valores básicos que cohesionan una sociedad: responsabilidad, sentido del deber, actitud conciliadora, y siempre búsqueda del equilibrio político y social, alejado de todo sectarismo de clase y de partido.

La reina ha dado legitimidad a un sistema monárquico por cuanto ha sabido situar a la Corona como solución, y nunca como un problema. En mantener una conducta personal ejemplar y ejemplarizante. En estar sin molestar, ni entorpecer y sobre todo en conocer a la sociedad de su tiempo. Ojalá otras cabezas coronadas, y no hay que andarse muy lejos, tomarán buena nota de la labor que durante sesenta y un años ha desempeñado una reina convertida en un verdadero símbolo de diamante.