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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Sultán

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Rafa Cerdá. Abogado.

Me puedo imaginar a mi amiga Verónica llamando por primera vez: ‘¡Sultán!’, mientras un precioso cachorro de la raza King Charles Spaniel respondía a la voz de su nueva dueña. Desde ese momento, han transcurrido once años de convivencia entre un perro bueno como pocos y una excelente persona. Pero el tiempo pasa muy rápido, y el entonces cachorro dio paso a un venerable abuelillo. Afectado por una dolencia cardíaca, el corazón de Sultán poco a poco dejó de latir, hace unos pocos días.

Desde esa triste jornada, dentro de la casa de Verónica y su familia todo tiene un color más gris, más triste, como si la primavera se hubiera acabado de repente. La ausencia de un compañero peludo de cuatro patas suele ser dolorosa, parece que la compañía, la alegría y el afecto que nos regalan, no vayan a irse nunca. Pero por desgracia, ese aciago día acaba llegando.

Toda persona que disfrute de la compañía de un perro, conoce el profundo vínculo de afecto que se crea con su amigo de cuatro patas. En estos tiempos, donde a todo se le pone precio, nada adquiere más valor que la permanente atención, el cuidado y lealtad que un perro ofrece a sus dueños. Dale un poco de ti a tu animal, y te lo retorna con una devoción de por vida. Nos acompañan en la tarea más difícil de todas: aquella que afrontamos todos los días, ‘lo cotidiano’, la convivencia que transcurre dentro del salón de casa, junto a las personas que más queremos, y de la que acaban formando parte de una manera extraordinaria. A tu perro no le preocupa tu carretera profesional, ni una exitosa proyección social, ni siquiera una solvente posición económica. A tu perro únicamente le importas tú. Sin más.

Una despedida supone un momento muy triste. Pero únicamente se compone de un breve espacio de tiempo. Frente al trago amargo del adiós, quedan muchísimos otros días, cuajados de buenos ratos, recuerdos y anécdotas; todo un relato de feliz compañía y afecto. Estos momentos son los que verdaderamente deben ser celebrados; la memoria de un agradecimiento por tanto bueno recibido de nuestro amigo de cuatro patas. La tristeza por la pérdida es lógica, pero su vivencia debe ser muy corta. En cambio, la añoranza alegre a la hora de recordar a nuestro perro deberá durar muchos años: ellos se lo merecen.

¿Y quién sabe?, yo participo de la convicción que llegado el momento de ‘pasar a la otra orilla’ (en cristiano: morirse), uno de los primeros en recibirte... ladrará de alegría.