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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

¡Váyase a la mierda!

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Rafa Cerdá. Abogado.

Sí, ha leído bien. Usted, amable contribuyente, piérdase en una zona fétida, y tenga a bien no retornar. Espero que sus padres, pareja e hijos, lo estén pasando muy mal, y si es de forma conjunta mucho mejor: el destino les jugó la mala pasada de dar con sus huesos, y disfrutando de una estancia anticipada en el infierno, no queda más remedio que convivir con usted. Aunque siempre existe una solución para cada problema: que acaben con su vida, poner fin a su agonía. Un par de tiros, o una sencilla bomba y ¡a bailar sobre su tumba!, o mejor aún, se le incinera y se ponen los restos en el cenicero del coche, por aquello de reciclar los residuos en un momento dado, y encima, respetar el medio ambiente. Si es que se lo ha ganado, usted no es más que una piltrafa; anda acabe teniendo un detalle con la humanidad y muérase.

¿Le parecen miserables mis palabras verdad?, no han pretendido ofender a nadie a pesar de los términos y expresiones utilizados. Mi exclusivo propósito consiste en recabar su atención sobre la forma y manera que miles de usuarios de las redes sociales (léase Twitter o Facebook) vierten su estulticia mental bajo la apariencia de opiniones y/o ‘reflexiones’ sobre noticias de la actualidad y sus protagonistas. Me resulta patéticamente acreditado la inmediatez que lo peor del género humano plasma su nula capacidad reflexiva a través de ‘tweets’ o mensajes cortos, llenos de odio, prejuicios y sarcasmo diarreico.

Baste los tristes ejemplos del reciente fallecimiento de un joven torero donde prácticamente se jalonaba la muerte de un hombre, o las gracias y chanzas sobre las víctimas del terrorismo que un aspirante a mierda humana y con insuflas de artista reprodujo en su cuenta de Twitter, o los chistes banalizando el Holocausto judío que el ínclito concejal de Cultura y Deporte efectuó a través de la misma red social. Pero claro, cuando el foco mediático se hace eco de las bestialidades que se escriben, entonces sus autores (si se consigue identificarlos claro) se desdicen, se contradicen, echan las culpas a los periodistas, no se han entendido bien sus palabras puesto que se han descontextualizado….ya.

Esa parte es la que peor llevo, lo reconozco: si me indigna constatar la ruindad de ciertas entidades cuya única consideración cívica que les otorgo es su posesión de un D.N.I., es que encima me tomen por imbécil: ¿qué acaso no sé leer?, ¿o son ellos los analfabetos que no entienden el significado de sus propias palabras? Se queman en su propia cobardía en cuanto su infamia queda al descubierto, entonces todo son banales excusas, desmentidos, una especie de ‘huyhuyhuyhuy’, me he hecho caquita encima. Y encima, algunos de ellos, tienen la desvergüenza de comentar que los posibles ofendidos por sus ‘mensajes’ no se han molestado… ¿perdón?, vaya a preguntarle a los millones de judíos literalmente borrados del mapa en los campos de concentración, o a los asesinados por ETA… ¿pueden contestar?, clarooooo, no se encuentran en condiciones: están muertos. Dado que los potenciales sufridores de las chanzas, risotadas y ‘juegos de humor creativo’ no se quejan, ¿no habrá mucho susceptible suelto por ahí?... Literalmente, de arcada.

Si los tribunales de justicia no pegaran en este campo los bandazos acostumbrados, los pretendidos ejercicios de ‘libertad de expresión’ no se confundirían con la libertad de 'degeneración', pero según el tribunal y el sesgo político del juzgador de turno, la cuestión puede acabar en una mera reprimenda (el Ministerio Fiscal ha llegado a instar absoluciones sobre la base de ‘opiniones provocativas pero no delictivas’ cuando se pedía perpetrar la muerte de una persona) sin mayores consecuencias jurídicas, o bien con la imposición de penas tan ridículas que casi refuerzan al infractor de la ley. Twitter, Facebook,…todo tipo de redes sociales, me parecen un mecanismo de comunicación formidable, un medio de trasmitir el devenir del mundo en un solo click. Pero también se ha convertido en una inmensa cloaca donde, parapetados en un vil anonimato o en una miserable fama, demasiado malnacido vierte su odio e ignorancia en forma de unas pocas frases, pero dotadas de una capacidad de infringir daño terrible. Para esos autores y sus exabruptos, solo se me ocurre remitirlos a un lugar, sin posibilidad de retorno: a la mierda.