Santiago Beltrán. Abogado.
El asunto de la muerte del joven negro Michael Brown por parte de un policía blanco en Ferguson (Misuri, San Luís, Estados Unidos) posiblemente hubiera pasado prácticamente desapercibido para la opinión pública mundial, sino fuera porque llueve sobre mojado y porque el descerrajamiento de seis tiros en el cuerpo del muerto ha provocado las mayores protestas raciales que se recuerdan en casi un siglo.
No es casual que estas manifestaciones, al parecer espontáneas, tengan claros síntomas de hartazgo por parte de una población negra que no solo ve como la policía, generalmente blanca, ejerza sus funciones con un exceso, digamos de ‘celo’ y ‘vehemencia’ contra ellos, sino también por la continuada reiteración de estas mismas actitudes policiales en la mayoría de estados norteamericanos, y fundamentalmente por la casi inexistente, y muy laxa legislación sobre la cuestión.
El país más avanzado de la tierra, en todos los aspectos, desde los últimos doscientos años, continua anclado en el pasado más violento y cruel del ‘ojo por ojo’ y en la autoprotección elevada a categoría de virtud teologal. Todo el mundo conserva en EEUU, como si todavía estuvieran conquistando el lejano oeste, el derecho sagrado al uso de las armas, sin apenas control gubernativo. La defensa de la propia vida y del patrimonio personal es en Norteamérica (incluida Canadá) un derecho fundamental garantizado por enmienda constitucional. Es claro que, cuando cualquier desalmado puede empuñar legalmente un arma e incluso llevarla por la calle impunemente, el más fuerte es el sheriff y este por proteger a su comunidad o porque le da simplemente la gana, tiene patente de corso para apretar antes el gatillo. No en vano Misuri está en el medio oeste y las viejas querencias continúan vivas y latentes en el ADN de demasiados agentes policiales.
Contra esa brutalidad (que no es más que un eufemismo, cuando se debería hablar lisa y llanamente de asesinato con amparo institucional) solo se le ha ocurrido a los diferentes gobernantes del país que dejarlo todo en manos de la fiscalía y de las investigaciones internas. El resultado es claro y esperado, la mayoría de policías salen indemnes, no solo penalmente sino ejerciendo su trabajo a sus anchas, sin ser apartados del servicio, salvo claro, durante la propia investigación (entonces sí, se les retira el arma y la placa). ‘Després de mort Pasqual porta la burra a beure’.
El actual presidente americano, el ínclito Obama, como en tantas otros menesteres, prometió la salvación de la especie humana yanqui de los pecados de todo mal, y no solo no ha modificado las leyes sobre armas, sobre la desmesurada autoridad policial, sobre la sanidad pública y por supuesto, sobre el cierre inmediato de Guantánamo, sino que se pasa todo el día en el confesionario purgando sus propios pecados, sin resolver el de sus ciudadanos, como si la cuestión no fuera con él, pasando de puntillas por todo y marchándose al extranjero a dar sus discursos fatuos y fútiles, a seguir engañando con su presencia y lenguaje de perfecto yerno, al resto del mundo.
Y hay quien todavía le da crédito.