Santiago Beltrán. Abogado.
El 20 de julio de 1969 el hombre pisó la luna. Cuando Armstrong, Aldrin y Collins, tripulantes del Apolo XI, despegaron hacia la conquista de un reto quimérico pero posible, pensaron que el mundo se había quedado pequeño, que era necesario explorar el universo, empezando por el destino más cercano. Era una aventura hacia lo desconocido y según los atrevidos cosmonautas, contaban con aproximadamente un cincuenta por ciento de posibilidades de llegar al satélite, alunizar y regresar a la tierra.
Cuarenta y cinco años después, hemos retrocedido tanto, que no solo no hemos ampliado nuestras fronteras galácticas, sino que en algunos territorios tan minúsculos como ‘granos de avena’, como diría Miguel Hernández, solo son capaces de aspirar a encerrarse, esconderse, ponerle fronteras a su pequeño mundo y tirar las llaves al mar.
Artur Mas, Oriol Llonqueras y Joan Navarro, han decidido, en compañía de unos cuantos cientos de miles de catalanes, iniciar un viaje a ninguna parte, o quizás algo peor, una excursión al centro de la tierra, al encuentro de su pasado, a la búsqueda de sus raíces, a la atávica esencia del ser catalán. Aunque ello suponga una renuncia expresa al resto del mundo, su mirada, emborrachada y trastornada prefiere dirigirse a las catacumbas que buscar otros mundos posibles, más abiertos y globalizados. Para ello se valen de una brújula desnortada, de un mapa deslocalizado y de un mística inventada.
No podrán ir muy lejos, seguramente, porque no han elegido un medio de transporte supersónico como un cohete espacial, sino un carro y un burro, de los que son de su propia raza autóctona, sin mezcla charnega ni materiales extranjeros o ‘españoles’, que para el caso es lo mismo. Le pondrán guirnaldas rojas y gualdas con estrellas del bazar chino, tan falsas como su nueva historia nacional, y banderas del Barça, subvencionadas por la fundación qatarí, tan propia del ‘seny’ catalán, como a nadie se le escapa.
Será todo un espectáculo, verlos en el camino de su independencia, dando vueltas por los limites de esa tierra, todos cogidos de la mano, en cadena humana interminable e infranqueable. Lástima que desde su ‘Houston’ centralista les boicoteen el viaje con amenaza de confiscarles el cohete y el equino, en forma de resolución del Tribunal Constitucional, o que haya pilotos tan avezados y con tanta experiencia que se han tirado del carro antes de partir, aunque se mantengan en su destierro ‘palaciego’, entregados a las lisonjas del enemigo.
Hace cuarenta y cinco años, hubo quienes dieron una pisada gigantesca para la humanidad. Tan tiempo después, en la actualidad, hay quienes se conforman con dar pasitos de hormiga, dando vueltas sobre si mismos, con la esperanza de encontrarse con su espalda.