Enrique Domínguez. Economista.
En los años álgidos de la última burbuja inmobiliaria se podía leer en diferentes medios escritos, escuchar en la radio o en la televisión algo parecido a esto: “jóvenes estudiantes abandonan sus estudios para trabajar en la construcción ante la facilidad en conseguir un dinero fácil y que parece que va para largo ya que las viviendas se venden incluso sobre plano”.
Desde que empezó la actual crisis y, sobre todo, tras comprobar que nosotros seguíamos yendo hacia el fondo mientras otros países ya asomaban la cabeza, en esos mismos medios se podía leer o escuchar: “jóvenes en paro que no encuentran trabajo a pesar de su incesante búsqueda, vuelven a las aulas que dejaron años antes por el efecto llamada de la burbuja inmobiliaria; al menos hacen algo y mejoran su formación”.
A día de hoy, cuando, después de nueve trimestres hemos salido de la recesión y cuando iniciamos un lento proceso de crecimiento que, algunos empresarios creen que no será tan lento y otros afirman que ya se ha salido de la crisis, podemos leer en esos medios escritos o hablados, algo así: “jóvenes que volvieron a las aulas tras su abandono por la construcción siguen estudiando porque no hay trabajo para ellos” o “jóvenes que se están formando constatan que sus estudios no se ajustan a las necesidades de las pocas demandas de empleo o que están excesivamente formados para los puestos que se ofrecen” o “jóvenes formados tiene que buscar trabajo fuera de las fronteras españolas”.
El paro juvenil es un problema en toda la Unión Europea y prueba de ello es la reunión que se ha celebrado recientemente en Bruselas para hacer frente al mismo; en el caso español, los fondos asignados se dedicarán, seguramente, a disminuir las cuotas a la seguridad social y a facilitar el empleo a los emprendedores.
Sin embargo, en España el paro juvenil ha alcanzado niveles muy preocupantes; según la última Encuesta de Población Activa, alcanza al 57% de los jóvenes en edad de trabajar (¿?). En la provincia de Castellón también supera al 50% pero ha descendido algo en el último análisis.
Ante esos elevados porcentajes, la pregunta inmediata es ¿cómo hemos llegado a esas cifras? ¿qué es lo que falla? Seguramente el sistema educativo tiene algo o mucho que ver, lo mismo que el modelo productivo y el sistema de reciclaje. En todos ellos podemos encontrar errores y, también en ellos, se pueden plantear alternativas de futuro.
El sistema educativo, en general, desde la enseñanza preescolar a la universitaria, no se ajusta adecuadamente a las necesidades del mundo del trabajo y el sistema productivo no está preparado para permitir un reciclaje continuado. La propia formación profesional sigue estando menospreciada, siendo la base imprescindible para formar mandos intermedios; las necesidades de la empresa tardan demasiado tiempo en plasmarse en líneas de formación adecuadas. La proporción entre teoría y práctica no es la de adecuada.
Pero también la formación de reciclaje que se ofrece, en líneas generales, tanto por organismos oficiales como por sindicatos, siguen unas líneas cíclicas y continuadas que, muchas veces, solo sirven para cumplir el expediente pero no para formar ágil y concienzudamente a los jóvenes.
Y la proliferación de másteres, al alcance de los que pueden permitírselo, da pie a personas excesivamente formadas que ahora no encuentran su encaje.
Y esos jóvenes, que no encuentran trabajo y que prefieren seguir formándose solamente tiene en estos momentos la alternativa se salir fuera. Es imprescindible tener una formación multidisciplinar y estar dispuesto a desplazarse donde sea necesario.
Alternativas las hay pero es necesario el máximo consenso político para conseguir éxitos en este campo. Pero el consenso falla y en ese caso, ¿será el paso del tiempo la solución del paro juvenil?