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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 21:28

El ‘gordo’ de la mordida

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Santiago Beltrán. Abogado.

El sorteo extraordinario de Navidad, que cada diciembre se celebra sin excepción desde 1812, es, como todos sabemos, el más importante y popular de todos los sorteos de lotería de nuestro país. Esta universalidad es, quizás, la nota más característica del juego, ya que en él participan prácticamente la totalidad de las familias españolas y es, con mucho, el que reparte dinero a más gente. También es, sin duda, el que mayores frustraciones produce, porque la gran mayoría de los participantes se queda sin ningún premio, aunque las decepciones son de escasa trascendencia como lo demuestra que cada año todo el mundo reincida sin excepción, con la ilusión renovada o con la excusa de no ser menos que el amigo, el compañero de trabajo o el cuñado. En este sentido es el juego de azar en el que más personas participan de forma involuntaria e incluso forzada, por razones tan pintorescas como la envidia preventiva o la caridad mal entendida, porque si te ofrecen, compras, no sea que toque a otros y a ti no, o para que el oferente no se quede desairado, por unos míseros cuatro euros, o cinco, si se incluye la subvención a fondo perdido a favor de la peña, el club, la asociación o la coral promotora. Encima es reconfortante, por que aceptando la compra nos auto convencemos de hacer el bien ajeno y de que somos de espíritu altruista, cuando en realidad nos importa dos pitos el buen fin  del colectivo vendedor y el que dirán de nuestra negativa a colaborar.

Ahora, una vez celebrado el mismo, aparentamos alegrarnos por la suerte de otros y que los premios hayan estado muy repartidos, sobretodo entre la gente más humilde y necesitada, y aparcamos en ese rincón de la memoria donde situamos a los malos sueños y las frustraciones habituales, la envidia de no formar parte de la ‘pedrea’ de agraciados y el consuelo de creer compensar con salud y amor la falta de fortuna.

El ‘gordo’ de Navidad, a pesar de todo, genera grandes expectativas individuales, que este año se centran mucho más en intentar cubrir necesidades y aliviar carencias existenciales, que en cumplir ensoñaciones de nuevos ricos. Por decirlo metafóricamente, la lotería de este año va a beneficiar fundamentalmente a la construcción, porque todo el mundo necesita tapar agujeros, y menos al sector servicios, porque casi nadie podrá destinarlo a realizar viajes, comprar un coche o algún capricho personal.

Sin embargo, este sorteo tiene en esta edición y promete prolongarse para siempre, una cara amarga, una realidad obscena, que viene, como casi siempre, de la política, de Hacienda, de este Estado controlador e invasivo en que se ha convertido nuestra democracia partitocrática. Por primera vez desde que se inventó, este ‘gordo’ no es íntegro, no está completo, no satisfará plenamente a los ciudadanos agraciados, porque una quinta parte de la totalidad de los premios irán directamente a las arcas públicas. Para el Estado no es suficiente con ser siempre el mayor premiado del sorteo, vía boletos premiados y no vendidos o simplemente décimos no agraciados. La voracidad recaudatoria tenía que fastidiar, justo ahora, en la peor de las situaciones económicas que se recuerdan,  la alegría de la gente, con independencia a su estatus personal, en forma de mordida institucional o puñalada rastrera. Pero lo peor de todo es que este ‘atraco’ impositivo no diferencia a nadie y trata a todos por el mismo rasero, al rico y pudiente que al parado, al inmigrante sin papeles y al rebuscador de las basuras. Todos sin excepción se van a ver compelidos, a la fuerza, y coaccionados sin remedio en caso de incumplimiento, con entregar ese veinte por ciento de su suerte para que el gobierno de turno lo malgaste como le plazca. A veces creo que vivimos secuestrados permanentemente y que por más veces que pagamos el rescate nunca conseguimos liberarnos, y lo peor de todo es que sufrimos, como sociedad, el síndrome de Estocolmo.