Javier Valls. Director de Formación y Empleo de la Cámara de Comercio de Castellón.
El martes pasado motivos profesionales me condujeron hasta el municipio de Sant Jordi. Un pueblo tranquilo, a pocos minutos del mar, con cierto cuidado por la arquitectura a tenor por las numerosas restauraciones de los edificios que se podía observar. De ahí, me trasladé al campo de golf, a unos ocho kilómetros. Estuve en el centro social, en la cafetería, desde cuya terraza se accede al campo.
Las conversaciones que oía a mí alrededor se producían en lengua francesa, en inglesa hablada por personas para quienes no era su idioma nativo, y también en alguna otra lengua que no pude identificar. Eran personas de una cierta edad, probablemente jubilados, que transmitían una gran vitalidad y, por qué no decirlo, felicidad.
24º grados de temperatura, una ligera brisa, un vigoroso tapiz verde salpicado de algarrobos y olivos y alguna vieja construcción de piedra seca, y el cielo, intensamente azul. Tuve la tentación de buscar en Google el tiempo que en esos momentos estaba haciendo en Estocolmo. Era mediodía, y la temperatura se acercaba a los 8º, era cierto que no había muchas nubes pero el cielo era pálido. Cómo no sentirse vital y feliz si uno pasa de un otoño riguroso y gris a un suave y soleado verano.
Nunca he tenido entre mis manos un palo de golf, pero comprendí, al observar a quienes lo practicaban, que era un deporte que aglutina una serie de elementos interesantes: se ejercita al aire libre, en un entorno espléndido, no requiere un extraordinario estado de forma física y, además socializa. Otro tema es si en nuestro país pasa por un deporte elitista.
No obstante, no trato de entrar en esas disquisiciones, que además, desconozco. Lo cierto es que un día de octubre, en medio de la semana, se veía pulular por el campo numerosas parejas con pantalón de sport y polo de manga corta. Un camarero atendía, al menos en francés e inglés, a los clientes que descansaban en la terraza. En el aparcamiento había más coches de los que imaginaba. Esto es turismo. Sigue siendo nuestra oportunidad. No entraré a debatir sobre las infraestructuras, las redes, las campañas que precisamos, porque no es mi ámbito. Pero es una oportunidad para las personas, para el mercado laboral. Ahora eso sí, no olvidemos que el camarero, además de saber preparar estupendos cócteles, y un cortado descafeinado de máquina que me tomé yo, sirviéndolos con una extraordinaria sonrisa, hablaba inglés y francés. No nos queda otra, estar preparados. El clima ya lo tenemos, pero seguramente en el índice de satisfacción del cliente, las atenciones y las relaciones personales ocupan uno de los primeros lugares. Si no estamos formados y no somos capaces de tratarles como esperan, seguramente, no volverán.