Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.
Hola a todos. Siempre se ha dicho que la realidad supera a la ficción en determinadas ocasiones, y ciertamente lo que ocurrió hace unos días en el Hospital General de Castellón demuestra que no hay nada que envidiar a los grandes seriales norteamericanos y que la sanidad pública española puede ser perfectamente escenario de historias tan impactantes y emocionantes como en la famosa serie de televisión ‘House M.D.’.
Una mañana cualquiera en Castellón. En las urgencias del General aparece un paciente de 60 años con un fuerte dolor en la pierna. Deportista y sin enfermedades crónicas, los médicos del hospital general de Castellón le atienden y le hacen una radiografía, una ecografía y un análisis de sangre, para diagnosticar la posible dolencia. Todo parece normal, pero el paciente sigue quejándose de un dolor insoportable en la pierna, de modo que lo dejan en observación para ver cómo evoluciona.
Y, como si fuera un advenimiento, en pocos minutos el muslo empieza a transformarse delante de los ojos de los médicos. Rápidamente la piel está hinchada y cubierta de manchas rojizas, y al tocarla crepitaba como burbujas del plástico de embalar. Cuando le repiten la radiografía, a las pocas horas de su llegada, el paciente tiene gas bajo la piel, de la rodilla hasta la cadera. Ahora, sin duda, el paciente presenta un cuadro de gangrena gaseosa, una enfermedad que puede matarle en pocas horas y que moviliza a medio hospital. Lo llevan a quirófano y le abren el muslo en canal para sacar el gas y extirpar los músculos necrosados. Si tiene suerte, quizá solo le tengan que amputar la pierna; si la enfermedad sigue su avance, el desenlace puede ser fatal. Pero antes, los médicos tienen una última baza que jugar.
El equipo médico ha visto este caso muy pocas veces, pero sospechan que el paciente es víctima de una bacteria que todos llevamos dentro, Clostridium perfringens, un microorganismo que una vez decide atacar se convierte en un asesino implacable. Los clostridios son una familia de gérmenes que están por todas partes, dentro y fuera de nuestro cuerpo, y son responsables de enfermedades como el tétanos (C. tetanii), el botulismo (C. botulinum) y, en el caso de nuestro sospechoso, de la gangrena gaseosa. Su técnica mortal consiste en segregar una toxina hemolítica que supera a cualquier veneno de serpiente, que destruye los glóbulos rojos y actúa como una especie de disolvente dentro del flujo sanguíneo, evitando el aporte de oxígeno. Aunque el pronóstico no es nada alentador, aún queda un as en la manga: combatir a la bacteria con lo único que no resiste, la presión.
En el siguiente episodio, continuaremos con el caso, y (a pesar de que estoy adelantando acontecimientos, un “spoiler” en inglés) contaremos que técnica permitió salvar a nuestro paciente favorito. Como siempre, comentarios abiertos para sugerencias, ideas… Hasta la semana que viene.