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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

No más ampollas

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Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.

Siempre que compro calzado (en general) supongo que a todos nos pasa lo mismo: el ritual de probarse solo uno de los dos pies, ajustarse la zapatilla como si fuera la vida en ello, y dar los primeros pasos como si fuéramos un bebé para, al final, dar el veredicto definitivo: “uf, me roza un poco en el talón. ¿Tienes un número más?”. Sea como sea, desde que muy poca gente acude al zapatero, el calzado tiene un proceso de fabricación más automatizado y universal.

¿Cómo se fabrica el calzado industrial? En primer lugar, se realiza el diseño del modelo que se desea mediante programas de diseño gráfico, y a partir de aquí se fabrica un prototipo y un  patrón del calzado diseñado.  A continuación, debe procesarse el material de partida. Para ello, se corta la materia prima mediante máquinas industriales que dan al material la forma del patrón. A continuación, el zapato se apara, es decir, se cosen las piezas de piel cortadas en el paso anterior mediante diversas máquinas de coser industriales. Por último, se horma el zapato, montándolo sobre un soporte de madera o de plástico con el que se da forma al zapato, y cuando está montado se le coloca la suela o tacón, según con que se esté trabajando. Este proceso tan general provoca que el calzado no se adapte a todos sus usuarios, y es donde aparecen los problemas de rozaduras y demás lesiones del pie.

Sin embargo, esto se intenta cambiar continuamente. Existen una serie de investigaciones científicas dedicadas a mejorar el calzado para determinar qué parámetros influyen en el confort de éste, a partir de mediciones físicas realizadas en laboratorio y también con cuestionarios para conocer la percepción de los usuarios. Para cuantificar el confort, existen toda una serie de tecnologías dedicadas a este fin, como plantillas de presión plantar que se colocan entre el pie y el calzado para registrar las presiones que se transmiten y así poder ver por dónde pasa la fuerza y poder prevenir callos y durezas. Se utilizan también placas de fuerza, unos instrumentos que permiten medir las fuerzas de contacto entre el suelo y el usuario al andar. A todo esto se añade un sistema óptico de captura de movimiento, integrado por 18 cámaras, que permite seguir en todo momento la trayectoria de las piernas de la persona al caminar, similar al que se utiliza para creación de videojuegos.

También es posible medir con que calzado es más cansado andar. Mediante sensores de electromiografía, unos electrodos que permiten captar la actividad de los músculos del cuerpo humano, se miden movimientos de la articulación del tobillo, y se puede determinar cuánta actividad muscular se precisa usando cada modelo de zapato. Así, una vez realizadas todas las medidas, es posible conocer que parámetros críticos influyen a la hora de diseñar y fabricar un calzado, como el patrón del ángulo del tobillo y de la rodilla o la posición relativa de la cadera.

En resumen, hasta en los zapatos que usamos día a día tiene un trabajo investigador detrás que los hace mejores, más fiables y más cómodos. Las investigaciones científicas provocan que mejore nuestra calidad de vida, y es una inversión que normalmente siempre tiene un retorno beneficioso para la sociedad. Como siempre, comentarios abiertos para sugerencias, ideas… Hasta la semana que viene.