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sábado, 13 de diciembre de 2025 | Última actualización: 19:50

La pervivencia del modelo feudal

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

En las postrimerías del franquismo se suscitó una polémica entre la gauche divine de la época acerca de la democracia formal y real. Se planteaba la disyuntiva entre una y otra y cuál de ellas era mejor. Era una trampa saducea preparada por los liberales del régimen, empeñados en hacer digerible aquel lamentable estado de la nación. Se soslayaba la obviedad de que sin formas democráticas no es posible una democracia real. No cabía la posibilidad de un contenido democrático dentro de las malas formas del franquismo.

Pero como B no es A, de la existencia de una democracia formal no se infiere necesariamente que la democracia real exista. Y a olvidar algo tan elemental nos incita cada día la propaganda de un sistema político de formas que parecen impecablemente democráticas, pero que adolecen de una deficiencia grave, por no decir severa, de contenido democrático.

Será que uno se va volviendo viejo o sufre el síndrome Neruda de volver con los ojos tristes y cansados de ver la tierra que no cambia. De vuelta está uno de todas las revoluciones e involuciones que en el XX han sido, para hallar ahora este montón de escombros provocado por un modelo socio-político que conserva intactos la mayoría de rasgos del viejo sistema feudal, bajo el maquillaje de derechos humanos, constituciones liberales y el vaquero democrático, elevado ya por algunas marcas a la distinción social, evitando la insufrible indumentaria igualitaria que un siglo de rojerío había impuesto como dictadura proletaria. Hay ya marcas y diseños para las nuevas clases de lores, condes y marqueses.

Es el regreso de la aristocracia a su forma visible y ostentosa, pues en realidad jamás se había ido. Estaba agazapada, controlando al vasallaje, no se le fueran a comer estos rudos ciudadanos los tesoros tantos años trabajados. En el antiguo sistema feudal los nobles detentaban todo el poder económico y político en sus respectivos señoríos. La riqueza estaba basada en la agricultura y en la tierra. La riqueza del señor feudal era la suma del trabajo de sus vasallos. En las sociedades occidentales de hoy el señor feudal ha sido sustituido por las grandes corporaciones, con sus pléyades de consejeros, y que acumulan su riqueza a partir del consumo de los nuevos vasallos que somos los ciudadanos constitucionales.

En aquel sistema feudal la monarquía no era más que un noble que se impuso a los otros, y que metió en cintura a la nobleza, a veces con la alianza del pueblo, hasta configurar la monarquía absoluta que duró hasta la Revolución Francesa, y más allá en países como España. Se configuró un poder político que acabó anulando el poder jurisdiccional de los señores feudales. Con la Ilustración y la moderna teoría política surgida a raíz de la Revolución Francesa, removimos el jarabe pero siguen ahí dentro los mismos condimentos y principios activos. El poder político de hoy, heredero de aquella monarquía, es extraído del pueblo, con los votos de éste, pero con la diferencia de que es ahora el poder político quien es metido en cintura por los poderes del feudalismo contemporáneo.

En las próximas entregas seguiré exponiendo las persistencias y paralelismos del poder feudal en la vida política y económica de lo que llamamos democracias occidentales de hoy.