Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
Con este título se publicó en catalán la obra del teólogo protestante Paul Tillich, que tuvo que huir del nazismo para refugiarse en EEUU. Dicho título me sirve de pórtico a mi reflexión de hoy. Si el teólogo alemán se refería a los fundamentos ideológicos, en Vinaroz son otra clase de cimientos los que se tambalean. No sólo tiembla la tierra. Con ella lo hacen 1800 millones euros y tiemblan a estas horas algunos fondos de inversión.
Todo apunta a que se trata de una chapuza más del entonces ministro Sebastián. Recién llegado en 2008, un real decreto del gobierno de Zapatero adjudica la concesión del proyecto Castor a Escal-UGS, de la que la empresa ACS de Florentino Pérez tiene el control con un 66% de participación. En 2010, en plena hecatombe financiera y cuando no había dinero ni para PYMES ni autónomos ni familias, Banesto promueve un crédito sindicado con el Santander, Bankia, Crédit Agricole y Société Générale, para financiar el proyecto. Una auditoría posterior obliga a ACS a replantear los términos de la concesión, ya que los cambios regulatorios introducidos por el Gobierno modificaban el régimen económico y los cánones de la concesión. Se venía abajo la garantía de la rentabilidad al tratarse de una actividad regulada por el Ministerio de Industria. No se había tenido en cuenta la inseguridad jurídica que rodea a nuestra hipertrofiada legislación. Fue entonces cuando ACS se lanzó a la emisión de bonos que sustituía al crédito de Banesto.
Para colmo de desgracias faltaba que se resquebrajara el almacén de gas por movimiento de las fallas geológicas, que son la causa de los seísmos. Todo indica que no hubo evaluación del riesgo sísmico previa a la plasmación del proyecto. A la espera de la confirmación científica de la relación directa de los terremotos con la inyección de gas, todos se encogen de hombros y se pasan la patata caliente. Mientras, la tierra tiembla. Lo ha hecho más de 400 veces en un mes.
El final que se vislumbra para este episodio será la suspensión de la actividad y el entierro de 1800 millones de euros en los habitáculos subterráneos del roedor castor. ¿Quién pagará la inversión fallida? Como ya ocurrió con las tarifas eléctricas, a raíz de la moratoria nuclear y del descalabro de las fotovoltaicas, seremos otra vez los consumidores quienes tendremos que pagar este nuevo tributo a través del recibo del gas. He dicho tributo, y digo bien. Los consumidores somos los nuevos vasallos de esa nueva aristocracia que igual campea en los estadios, como fondea en las fallas submarinas o airea en las aspas de los aerogeneradores. En el Antiguo Régimen la aristocracia basaba su riqueza en la agricultura exigiendo al vasallo el tributo por el uso de los predios del señor. Con la revolución industrial la aristocracia se hizo burguesa y se enriquecía con la producción fabril de sus obreros. En la era postindustrial la nueva aristocracia basa su riqueza en las concesiones de los servicios públicos, especialmente de comunicación y energéticos, y crece a la sombra del poder y a costa de los consumidores. Nada nuevo bajo el sol.