En los últimos días se han producido en el mundo cuatro sucesos que han implicado enormes riesgos para la vida de seres humanos de diversas culturas y de distinta condición.
El primero de ellos fue el accidente de una avioneta sobre la selva colombiana que costó la vida a tres pasajeros y al que sobrevivieron cuatro hijos de 13 a 1 años, de una de las pasajeras.
Tras 40 días de búsqueda y contra todos los pronósticos imaginables, los cuatro niños fueron localizados sanos y salvos por un esforzado ejercito local. El mundo entero siguió con el corazón encogido la búsqueda de los pequeños en medio de los peligros de la fauna selvática y de la carencia de víveres. Superando los pronósticos próximos al cero por ciento, la búsqueda tuvo un final feliz.
Ayer se cerró la aventura millonaria de cinco pasajeros que, previo pago de 250.000 $ cada uno se habían embarcado en un submarino de bolsillo que debía conducirles en una expedición de diez horas de duración a hasta los restos del Titánic a 4.000 metros de profundidad. Durante cinco días, varios buques y aviones estadounidenses, canadienses y franceses, con un costo enorme, rastrearon el rastro del Titan que, desgraciadamente, conoció ayer un desenlace triste.
La expedición debía durar unas diez horas, pero puesto que el oxígeno disponible en el receptáculo daba para cinco días, ese plazo mantuvo en vilo al público imaginando la agonía de los cinco pasajeros, dos de ellos padre e hijo. Pero probablemente el drama acabó a las dos horas del comienzo del viaje, momento en que el Titan perdió contacto con la base, se produjo la implosión que acabó con la vida de los cinco viajeros en cuestión de segundos.
Cuatro vidas salvadas, cinco vidas perdidas
Pero es que al mismo tiempo que la sociedad internacional seguía estos sucesos con enorme expectación, en el Mar Jónico, cerca de la localidad griega de Kalamata, alrededor de 700 emigrantes egipcios, sirios, pakistaníes y de otros orígenes, naufragaron víctimas de nueve piratas egipcios que los transportaron en pésimas condiciones previo pago de 3000$ por cabeza. Y otro medio centenar de subsaharianos desaparecieron en ruta hacia las Islas Canarias.
Lo más terrible de estos dos últimos casos es que apenas lograron captar el interés de la opinión publica que no logró conocer con precisión ni el número de víctimas. En Kalamata recuperaron a 104 supervivientes, todo hombres. Se dice que por razones religiosas y de seguridad, las mujeres y los niños viajaban en los bajos del barco ¿Es posible que murieran hasta cerca de 600 personas? Parece no importar. Han desaparecido. Tampoco tenemos suficiente información de las víctimas en las inmediaciones de las Canarias.
No voy a criticar la decisión de quienes decidieron embarcar en el submarino Titan. La vida es libertad, aventura y riesgo. Está en la naturaleza humana llegar más alto, más lejos, más hondo. Las cumbres, el espacio sideral, las fosas marinas se vuelven lugares ansiados por algunos. Como lo son los deportes de riesgo como el puénting, el paracaidismo, el parapente. Proceder a prohibir algunas o todas estas actividades podría poner en peligro nuestras preciadas libertades. Aunque un mayor control de algunos de estos deportes se vuelve necesario.
Y sobre todo vigilar a fondo a los modernos esclavistas que están causando miles de víctimas en ese cementerio azul en que se está convirtiendo el Mediterráneo, el Mare Nostrum.
Larga vida a los cuatro niños colombianos y a los supervivientes africanos. Descansen en paz los emigrantes y los aventureros.