Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
Podría parecer obvio hablar de celebración cristiana de la Navidad. Pero los hombres somos capaces de adulterar todo. Es palpable la creciente pérdida del sentido propio y originario de la Navidad. Los mismos cristianos nos dejamos contagiar por el ambiente exterior y el consumismo de estos días, o por el silenciamiento cada vez mayor del sentido cristiano de la Navidad en las iluminaciones y adornos anodinos y las tarjetas sin motivo religioso alguno. Aumenta la voluntad de borrar el sentido propio de la Navidad excluyendo el belén y los villancicos de lugares públicos. So capa de tolerancia ante el pluralismo religioso, algunos promueven entre nosotros el silencio y la exclusión del cristianismo que contrasta con el trato exquisito de otras religiones.
Menos mal que también somos capaces de darnos cuenta y rectificar. El papa Francisco acaba de regalarnos una hermosa carta en la que nos alienta a mantener viva la costumbre de hacer el belén en nuestros hogares y de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas. Es una tradición que nos ha de ayudar a recuperar y fortalecer la celebración cristiana de la Navidad. Personal, familiar y comunitariamente hemos de centrar nuestra celebración en el Misterio que nos recuerda el belén, y evitar todo derroche, todo dispendio y tantos otros excesos, contrarios al significado profundo de esta Fiesta.
Ante todo, hemos de dedicar un tiempo a pensar y meditar cuál es la “verdad de la Navidad” hasta que nos sintamos sobrecogidos por el asombro, el agradecimiento, el gozo. Es una pena que tantos cristianos no encuentren ni cinco minutos para leer el relato del nacimiento de Jesús, para acudir a la Misa de Navidad o para meditar lo que llevamos oyendo desde hace tantos años.
No lo olvidemos: En Navidad nace Jesús en Belén. El Niño que nace es el Hijo de Dios, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Salvador. Dios se hace hombre y viene a habitar entre nosotros. Dios se hace hombre, para que el hombre participe de la misma vida de Dios. Jesús nace pobre y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes ni en el bienestar material, sino en el amor que nos brinda y contagia el mismo Dios. Jesús viene al mundo sin ostentación alguna. Dios se humilla para que podamos acercarnos a Él, para que podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda ante la maravilla de su humildad y superemos nuestra soberbia. Dios se hace hombre por amor a todos los hombres y para encender nuestro amor hacia nuestro prójimo, en especial hacia el pobre, el necesitado, el no nacido, el anciano, el enfermo o las personas que sufren soledad.
Todo esto, y más cosas que podríamos decir, es lo que recordamos, lo que celebramos, lo que queremos revivir estos días de Navidad. Sin caer en fantasías ni falsas ilusiones. Porque ese Jesús, cuyo nacimiento celebramos, vive de verdad, está con nosotros, es fuente y cimiento de la vida de quien se acerca a Él y le acepta como Hijo de Dios hecho hombre, principio de vida y de salvación.
La venida del Señor no es sólo un hecho del pasado, sino también del presente. Pero será así sólo si dejamos que Dios ‘llegue’ a nosotros. Cristo nace para que nosotros renazcamos a la vida de Dios. Este tiempo de Navidad pide de los cristianos una actitud contemplativa, de silencio y de adoración, de acogida y de acción de gracias, de celebración en familia y en la comunidad parroquial con la Eucaristía. Nos pide contemplar el Misterio, celebrarlo, acogerlo, asimilarlo y confesarlo ante los hombres sin miedo. Si Cristo nace en nosotros, como ocurrió en María, nos convertiremos en Cristos vivos. Esto resistirá cualquier prohibición o imposición de eliminar a Dios, a Cristo y su Evangelio o la Navidad de la faz de nuestra tierra.
Rezar, dar gracias, fortalecer nuestra fe, ajustar nuestra vida a la verdad de Dios, convertirnos al amor y a la esperanza, cantar y anunciar la bondad de Dios con nosotros, ésa es la manera cristiana de celebrar la Navidad. Y esta es también la razón de nuestra alegría navideña, una alegría que podemos y debemos compartir. ¿Cómo? Disfrutando de las muchas cosas buenas que Dios nos da, junto con nuestros seres más queridos, recordando a los necesitados y haciendo que este mundo se parezca al mundo nuevo, edificado en la verdad del amor, que comenzó con Jesús y que tiene que llegar a su consumación.
Os deseo a todos una feliz Nochebuena y una santa Navidad.