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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:10

Compromiso por el trabajo decente

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El día 7 de octubre se celebra la Jornada Mundial del Trabajo Decente. Está
promovida por diversas organizaciones sociales y también por entidades católicas,
integradas en la iniciativa “Iglesia por el trabajo decente”.

La promoción del trabajo decente ha sido asumida por la Iglesia católica y lo ha
incorporado a su magisterio social y a su acción pastoral. Ya en el año 2000 san Juan
Pablo II, el día 1 de mayo, con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, llamó a
“constituir en el mundo una coalición en favor del trabajo decente”. Expresó su apoyo al
objetivo planteado por la OIT y llamó a la implicación de todos y de las comunidades
cristianas en la lucha por el trabajo decente.

También Benedicto XVI reclamó la decencia del trabajo. Se trata de un “trabajo
que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente
elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo
de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean
respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las
necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar;
un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un
trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el
ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los
trabajadores que llegan a la jubilación.” (Caritas in Veritate, 63).

También el Papa Francisco ha mostrado su preocupación por las consecuencias
nefastas que tiene un sistema económico que pone en su centro el beneficio económico
de unos pocos frente a las necesidades de las personas y de las familias, pues genera
exclusión, sufrimiento y deshumanización. El trabajo es esencial para la realización
integral de la persona y ha de responder a las aspiraciones legítimas de las personas; es
decir, tener un empleo estable con un salario digno frente a la precariedad y los bajos
salarios, la seguridad en el lugar de trabajo, la protección social para sus familias y
mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social. El trabajo es siempre
una actividad humana, y requiere una dignidad en sus condiciones, en su realización, en
sus formas que, por desgracia, hoy está muy lejos de ese ideal.

Urge recuperar la primacía de la ética en la actividad económica. Se necesita una
economía con rostro humano, que sitúe en su centro a las personas y no el ídolo del
crecimiento, del dinero y de la ganancia a cualquier precio. Esto sólo será posible con el
compromiso de todos.